viernes, 11 de septiembre de 2009

Capitulo 1: El signo de los ocho (Anathar)

II
Anathar

La llamada estaba hecha.


—¿Sentiste eso?— preguntó él mientras arreaba su gran tortuga del desierto.
—¿Sentir qué?— replicó despreocupado el otro, sin dejar de mirar al frente.
—El suelo…—y él se detuvo de golpe halando la gran correa de mando del aparejo— se está moviendo
—¿Por qué te detienes ahora, Fou?
—Espera, algo está mal… —la pausa y el silencio que se hicieron entonces parecieron eternos— mira el cielo.
—El suelo, el cielo —refunfuñó el tipo gordo sin siquiera levantar la vista o tomar en serio las palabras de su compañero, y todavía sin detenerse—. No sé qué te sucede últimamente, Fou, pero desde que salimos de la posada has estado muy raro. No dejas de hablar acerca de que algo esta mal —mas su mirada aun seguía despreocupada enfocada al frente—. Todo para ti es “extraño”, aquí y allá, te estás volviendo paranoico. Escucha, tenemos una carga de harina que no llegará a Tarin si tu continuas allí estacionado. Al suelo no le pasa nada, es sólo arena —se detuvo entonces para bajarse de la gran tortuga y tomar un puñado del suelo— ¿ves? Simple arena. En cuanto el cielo —suspiro volviéndose con la intención de otra vez montar—, es cielo de noche, nada más que eso. Anda, vamos de una buena vez.

Pero su compañero seguía estático con la mirada fija en las alturas.
—Fou… Fou… ¡Fou!—mas ni el grito parecía quitarle el embelesamiento—¡Con mil condenados rayos, Fou… —y justo dispuesto estaba en ese momento a ir a abofetear a su compañero cuando por mero reflejo, levantó la vista— ¡Oh madre bendita!
Entonces lo que vio desvaneció todo rastro de furia.
En el cielo, las nubes se arremolinaban rápidas hacia un ojo de huracán totalmente oscuro, más oscuro aun que la misma noche; pero eso no era todo, incluso en aquel mundo tan fantástico, incluso allí en las exóticas arenas de Taren, jamás la nubes habían sido tan violetas como en esa noche frente a los dos arrieros. Violeta con blanco a plena noche.
El frio que se sintió a la sazón tampoco era natural.
Aquella noche daría paso a un evento inolvidable para los dos, pero eso no era un buen augurio. Fou, había tenido razón en la posada al advertirle a Hin que sería peligroso salir de noche a cruzar el desierto, pero sobretodo seria peligroso salir esa noche a cruzar el desierto.
Unas gotas finas cual rocío venido del cielo comenzaron a humedecerlos, pero ellos ya ni lo percibieron; tal era el espectáculo del espiral en lo alto que, tampoco se dieron cuenta de que dicho rocío poseía un color dorado igual de único. Poco a poco sus rostros y ropajes se fueron tiñendo de amarillo hasta que al final, resplandecían tal como bombillas encendidas dentro de un cuarto oscuro
En Taren jamás llovía. Menos aún gotas de color dorado venidas de una nube violeta con blanco… cierto es que llovió en todo el mundo toda la noche aquella noche, empero, en ningún lugar las nubes formaban ojos de huracán ni menos se tornaron de colores surrealistas precipitando gotas de color. Eso era excepcional.
Así entonces, lloviendo de esta manera, pasó la primera noche.
Al día siguiente dos tortugas gigantes de metro y medio de alto por dos metros y medio de largo, se presentaron a las orillas del pequeño poblado minero de Tarin, ambas, arreadas por alguien que no se parecía a los habituales Fou y el gordo Hin. Este ser que halaba del ronzal a ambas bestias, era mucho más grande, quizá de la altura de ambas tortugas encimadas; delgado y de amplia cabellera casi tan azul como el tono de su piel. Su vestimenta era la propia de los viajeros del desierto pero llevaba descubierto en parte las piernas y los brazos; en lugar de tela gris, en el brazo izquierdo lucia braceras y hombreras de placas verde con negro; en el derecho, solo una muñequera de cuero café bordeadas de pelaje amarillo; en cuanto a las piernas, en cada una llevaba un anillo que rodeaba el muslo, el de la derecha, blanco con motivos verdes, y el de la izquierda, verde con motivos blancos. Mas nada de esto era tan impresionante como aquello que cargaba en la espalda: un artefacto largo como una lanza pero con una forma desconocida, metálico y delgado, gris, que siempre despedía vapor azul. Los Tarinenses le miraron naturalmente extrañados, pues aunque aquella también servia como estación de paso, jamás habían visto creatura parecida. Menos de arriero al mando de dos tortugas. El azul personaje permanecía con la cabeza gacha y el rostro cubierto por la capucha de su atuendo grisáceo. Avanzó sólo lo suficiente para estar propiamente dentro del poblado al paso de la avenida principal y entonces, soltó las riendas de las monturas para poder sentarse en acto seguido. Sus pies no estaban desnudos exceptuando los tobillos que si traía descubiertos de la tela que envolvía lo demás. Aun con eso, era notable que no tuvieran rastro de lodo o siquiera polvo resultado de la extraña lluvia de la noche anterior. Tampoco quemaduras consecuencia de andar en la ardiente arena por el día.
El forastero se quedó sentado allí como esperando ser visto por todos sin proferir palabra o sonido alguno.

—Oye tu ¿quieres un trago?—le preguntó un voz aguadientosa y torpe detrás de donde estaba.
Pero el extraño arriero ni siquiera giro para buscar al dueño de aquella voz. Continuó impasible en su lugar de asiento como si no hubiese escuchado voz alguna.
—Vamos amigo, toma un poco, bebe —insistió la voz que cargaba consigo un fuerte aliento a vino barato.
Una vez más el arriero se mostró reacio a cualquier reacción, ni aun la voz o el olor desagradable tan cerca de él consiguieron perturbarlo, sin embargo, esta vez el artefacto que cargaba en su espalda comenzaba a reaccionar en su lugar.
—¡Hey! Mira —pronunció agitando su casi vacía cantimplora en la cara del extraño— aun hay mucho para ambos ¿lo ves?¿eh? mira…
Entonces el ser azulado levantó el rostro y sus ojos fulminaron al desenfadado y desdeñado pueblerino con fama de mendigo pero además, de borrachín. Este se le había acercado sin temor o extrañeza alguna al arriero de tortugas ya que en el estado en que se encontraba, la extrañeza o el temor se desvanecían al son de cada nuevo trago. Él mismo sabía que al pasar de la garganta el vino, las cosas siempre se tornaban cada vez más extrañas. Los poderosos ojos violetas del arriero hablaron lo que sus palabras callaron… una presencia que ordenaba sumisión, respeto así como temor. Y aun con eso, el borrachín no dejo de agitar la cantimplora frente a su cara con un gesto de ánimo alcohólico. Sus ropas estaban sucias, rotas por donde se mirase, su olor no era menos desagradable, la cantimplora se miraba también escabrosa con manchas de derrames pasados de vino; cabello y dientes visiblemente sin asear quizá en años, o quizá jamás los había aseado.
—Toma, bebe, amigo.

Y arriero lo aceptó para beber de él.
Mas animado aun, el mendigo se inclinó un poco para quedar su cara a la altura de la del arriero que aunque bebía, continuaba capturando los ojos del borrachín con los suyos.

—¿Cuál es tu nombre, azulado? —preguntó al arriero sin siquiera dudar que aquella era una nueva alucinación suya —a mi me llaman Sladen, significa “el que traga arena” ¿ves esto?—sonrió al momento para mostrar su desagradable y amarilla dentadura, ya muy deteriorada por cierto— dicen que me trago la arena
Al instante el alcoholizado tipo soltó una serie de carcajadas producto de una burla a su propio sobrenombre. Al tiempo, el forastero dejo de beber, extendió el brazo en señal de devolver el envase a su original dueño.
—Y bien, azul ¿cuál es tu nombre?— insistió dando un ligero trago a la cantimplora.
Mas su invitado no contestó. En lugar de ello, se limitó sólo a negar con la cabeza continuando con su silencio impasible.
Empero, el artefacto en su espalda despedía aun más vapor cual si estuviese al punto de la ebullición.
—¿Con que sin nombre eh? mmm...— acariciándose la barbilla pensaba en un buen nombre para esa “su nueva” alucinación— creo que tengo el indicado, ¿qué tal “Anathar”? ¿Sabes lo que significa?
El tipo volvió a negar con la cabeza
—Significa “el que viene de Taren” ¿Qué tal eh? buen nombre ¿no es así?
Al momento, las facciones del arriero se contrajeron con una tensión que precede a la furia absoluta.
—¿Con que te gusta el nombre , eh?, a mi también. Es el nombre de una leyenda, la leyenda de este pueblo. —y volvió a empinar la cantimplora pero ya no logró extraer gota alguna de élla—oh! Esta vacío —riéndose de tal desgracia— el gran Anathar…un gigante del tamaño de varias casas juntas; fuerte como no hay nadie en el mundo, de aspecto temible y siempre furioso —entonces volvió a empinar la cantimplora para intentar esta vez tener éxito— mmm… creo que alguien debió terminarse su vino, eso enfurecería a cualquiera ¿no crees, azul?
Al decir esto, se dio media vuelta escudriñando la zona como en actitud de buscar una nueva cantimplora o el lugar donde llenar la propia. Con la mano derecha pegada a la sien, reproducía el acto de hacerse sombra, mas el cielo de aquel día aun poseía los tonos violetas de la noche anterior. El sol ni siquiera era visible esa tarde. Pero él todavía no se daba cuenta de ello, se mantenía concentrado en su tarea de búsqueda cual si nada mas existiera en el mundo.
Tan concentrado se hallaba, que no se dio cuenta que el extraño forastero se había puesto de pie, que se encontraba justo detrás suyo y que ya en las manos sujetaba lo que antes cargara en la espalda. El artefacto ya no parecía metálico sino que ahora, el vapor que le cubría lo pintaba como hecho de gas completamente.
—Creo que ahora recuerdo —afirmó el mendigo fijado su mirada en un punto donde según él, estaba el anhelado oasis del vino— ¿Sabes por qué Anathar siempre estaba furioso, azul?
El forastero no contesto
—Dicen que su propia sangre le traicionó, que lo enterraron en el desierto con la esperanza de que su cuerpo se secara con el sol y la aridez de la arena. La leyenda dice que un día se levantará para reclamar su venganza, pero antes de ello, debe recordar lo que las arenas del desierto le hicieron olvidar. —entonces comenzó a girar para dar frente a su interlocutor— gracioso ¿no crees, azul? Estar molesto por algo que no recuerdas —se carcajeo. Tan fuerte y tan despreocupadamente como quien por el vino ha perdido el sentido del miedo y la amenaza. Se carcajeo. Quizá la ultima carcajada de su malvivida vida.
Cuando el pordiosero del pueblo de Tarin, estuvo completamente de frente al enorme ser, aun la borrachera que de días pasados ya arrastrara y la sonrisa de instantes antes, fueron olvidadas en un segundo. Su tez se volvió pálida y sus ojos abiertos hasta más no poder tratando de abarcar todo lo que tenia delante. Inclusive dejó caer la cantimplora envuelto en la enorme impresión… quizá esa seria una alucinación suya, pero nunca había tenido alguna tan aterradora como aquella: el cuerpo del sobrecogedor forastero, todo él, emanaba con la misma intensidad que su artefacto, el raro vapor azul. Su cara se miraba llena de una ira que no podría ser menos que intimidante. Los ojos brillaban encendidos de ese violeta que antes sólo se veía a punto de estallar en poderío, su respiración era agitada y de su boca liberaba cantidades colosales de vapor azul en cada exhalación. Sus músculos estaban tensos a tal grado que podía mirarse el palpitar de lo que fuera que corriera debajo de esa piel de dureza casi metálica; se hallaba algo encorvado, con la mirada clavada en el mendigo mientras este aun no podía salir de su petrificación. Así entonces, el ahora amenazante forastero empuñó fuertemente su largo artefacto de la espalda a dos manos, mas este se fusionó con sus puños dejando algo que ya no parecía vapor sino el mismísimo tártaro azul envolviendo sus manos.
EL alcohólico se hizo encima del miedo al presenciar aquello. Quería gritar, correr, suplicar, arrodillarse… cerrar los ojos, pero aunque lo deseaba su cuerpo ya no le respondía, era demasiado tarde para él. A su verdugo sólo le bastó con extender su largo brazo derecho imbuido de ese calor sobrenatural hacia la cabeza del sentenciado. Al instante, todo ese estropeado cuerpo comenzó a evaporarse en un gas de tonalidades verdes, azules y vino. Consumido por más que el vapor, por ese ardor brutal, comenzó a gritar y a retorcerse en el suelo arenoso de Tarin. Su piel se fundía a cada instante producto del feroz calor llegando en un momento a ser un charco naranja negruzco cual épocas antes fuera su tez. Sus gritos así como la misma estampa de aquella escena, horrorizaron a todos los curiosos tarinenses que les habían observado desde el principio, sin embargo, en un instante los gritos del cruelmente evaporado mendigo fueron opacados por uno aún más fuerte e intenso
—¡ANATHAR!

Rugió fieramente él a viva voz, destruyendo todo lo frágil de Tarin y ahuyentando al par de tortugas que le acompañaban con simplemente el poder de ese grito. Los pueblerinos cayeron en el mismo estado que la primera desgraciada victima: petrificados totalmente por el miedo sin capacidad siquiera para parpadear.
Los gritos del mendigo habían cesado, mas ya no quedaba otra cosa que algunos rastros de vapor y el charco naranja negrusco que otrora fuera la piel del tarinense.
Enseguida, el gigante se agacho tocando con la mano izquierda el suelo regado con el líquido. Dicha sustancia reaccionó con el calor y comenzó a moverse frenéticamente evaporando también el suelo, tornándose así de un penetrante violeta. Una silueta se dibujó por este movimiento en el suelo, una silueta que liberaba el mismo vapor que el artefacto despedía. El líquido fue absorbido por la tierra y entonces, la silueta se torno blanca y claramente definida. Perecía estar incandescente a una manera que jamás se había visto en Tarin ni en ningún poblado cercano.
En aquel instante nadie tuvo la capacidad de decir algo, pero todos identificaron la silueta como la misma de la que el artefacto en la espalda del gigante, tuviera forma. Por esa razón y desde ese momento, a tal silueta se le conoció con el nombre de “el signo de Anathar”.
Tarin ahora conocía a su creador… a su dueño.

1 comentario:

~ Meritxell ~ dijo...

hasta el momento, esta parte es la que más me ha gustado, puede que sea porque hay un diálogo y hace que la lectura sea mucho más amena, puede que sea porque me gustó el "azulado" y quiera saber más de él y de su ira, puede que sea...
(sí... voy a leer el siguiente XDD)

ZEY