sábado, 19 de septiembre de 2009

Capitulo 1: El signo de los ocho (Devendor)

III
Devendor

Estábamos muy nerviosos esa mañana… o al menos yo lo estaba. Con miedo debo admitir también chisk, éramos como gladiadores antes de saltar a la arena llena de bestias feroces y sin armas ni armadura. Éramos unos cachorros todavía, pero no cabían las excusas ni el miedo para él.
La tierra estaba húmeda y su olor me confortaba un poco, había llovido toda la noche anterior pero aunque hubiese charcos, lagos o lagunas, a Chake no le importaría eso. A nadie en la tribu le importaría eso chisk.
Nuestro momento sería ese.
“No deberíamos estar haciendo esto, Chake… no aun” le dije y él no dijo nada, sólo se giro para mirarme cargado de más de la ferocidad que jamás yo podría tener… no necesitaba decir más. Continuamos.
Dentro de la tribu Hilaya del este, únicamente se les permitían las armas a los Jilaá que de verdad probaran ser dignos de blandirla. Mientras, no cargábamos nada más que los adornos rituales: collares de esferas azules y verdes acompañados de los colmillos que se hubiesen conseguido con honor; muñequeras tejidas de espinas marrón que se tornaban en las puntas del color de nuestra sangre; tobilleras con plumas así como simplemente unos adornados calzones de cuero…
Al abismo del valor, allí es a donde nos dirigíamos chisk secretamente Chake, Peck, Mulkan y yo con la tarea de conseguir una escama del poderoso U´Etroque, el monstruo sagrado del fuego dentro de la penumbra. Sin armas, sin trampas, sin trucos… simplemente el poder del Jilaá chisk así como la bendición de los dioses que yo dudaba que obraran aún dentro de la oscuridad.
Conocíamos bien el camino en medio de la espesa selva azul de Quext´Man. Se debía seguir el camino de las piedras coloradas y negras, rodeadas siempre de maleza, hierbajos espinosos y el cantar de las exóticas aves con plumas camaleónicas hasta llegar al corazón de la misteriosa oscuridad. Allí donde las hojas ya no son más azules sino negras con algunos tintes grises. Las bestias acechaban escondidas entre esa espesa maleza o en lo alto de árboles selváticos en todo momento. Las lianas se fusionaban con serpientes, mas era la sabiduría del Jilaá escuchar a la tierra para advertir el peligro.
Si todo salía bien, la senda nos llevaría chisk a la cueva en lo profundo de la selva, donde el sol ya no alumbra y donde Este y Oeste, se enfrentan por la entrada hacia U´Étroque.
Peck siempre hablaba mucho, pero en esa ocasión, desde que salimos de la aldea, no dijo palabra alguna. Ninguno la dijo. Íbamos marchando a pie cuidando de no perturbar la naturaleza antes de tiempo. Debíamos estar concentrados, enfocados, al igual que sintonizados con los elementos. Ellos eran nuestra única arma.
Yo quería ser un gran Jilaá tanto como cualquiera de los otros pero no había entre nosotros alguien con mayor coraje que Chake; uno a uno nos venció dentro del círculo de los chamanes con todo el honor que un Hilaya podía obtener en una pelea justa. Sus puños se sintieron de roca cada vez que arremetía contra mi… me costaron dos colmillos que ahora cuelgan de su collar; esas garras suyas igualaban a las navajas sagradas del legendario Chalchicue; la franja de pelambre que recorría su espalda hasta terminar en la cola superaba en brillo y tamaño al de todos nosotros juntos, más roja que marrón. Jamás mostraba miedo o duda en el combate chisk, las facciones caninas de todo Hilaya, en él asemejaban a un lobo en lugar de uno de su especie.
De muchas maneras, me alegraba ir hombro con hombro, pata con pata, recorriendo la selva con él, mas aun con eso sabía que estábamos violando el tiempo de la tradición Jilaá. También sabía que Chake repetiría la prueba en el momento debido, ya que él estaba allí únicamente por nosotros. Ninguno se lo pidió, sin embargo, su corazón era igual de grande que su coraje y fue por ello que nos remolcó a lo profundo de la oscuridad.
Los Jilaá del oeste probaron estar fuera de nuestro alcance dentro del círculo de los chamanes, sólo nuestros líderes espirituales tenían derecho a presenciar así como honrar esas batallas dentro de la tribu opuesta. El padre de Chake era uno de ellos. Le advirtió que llegado el momento, los jóvenes Jilaá del este quizá no tendrían oportunidad fuera de la morada de U´Etroque… Chake, consciente de aquella realidad, tomó tal vez la única oportunidad, nuestra única oportunidad de alcanzar la preciada escama…
Poco a poco lo verde a nuestro alrededor fue menguando para dar paso paulatinamente a una oscura maleza de tintes siniestros. El camino se hacía más rocoso, con ramas quebradas o espinas rasgando nuestras patas, no podría asegurar que eran; los árboles lucían tan retorcidos como colgantes eran sus ramas y hojas. Frío, siempre frío chisk se sentía en ese ambiente; apenas podían distinguirse las formas de los tristes árboles así como de las perversas creaturas que de ellos hacían su hogar. Sus ojos brillantes de amarillo y carmesí los delataban en el acecho. La voz de los elementos también se hacía cada vez más débil al punto de ser opacada por graznidos y el amenazante sonido de patas así como garras moviéndose a nuestro alrededor. La oscuridad poseía un olor fuerte, penetrante a hierba muerta, a carne descompuesta… el aire transportaba la amenaza.
Tenía entonces miedo de verdad.
De las historias que los Jilaá veteranos contaban acerca de U´Etroque, ninguna describía un escenario tranquilo, menos ameno. Describían a un ser que podía sentir a todo aquel que osaba pisar su morada y que rugía ferozmente, a veces, su rugir llevaba consigo el fuego sagrado del que estaba envuelto, chisk iluminando la penumbra, descubriendo horribles creaturas a punto de atacar. Incluso antes de ello, contaban que en ocasiones la lucha entre este y oeste se volvía una carnicería rodeada de gritos de guerra, fieras atacando a los Jilaá cobardemente, los elementos actuando a la voz de los guerreros y los bramidos aterradores de U´Etroque.
Que había ocasiones en que de los doce que se enfrentaban allí, sólo uno había regresado… a veces ninguno.
Pero nosotros ya estábamos allí chisk-chisk, a unos cuantos pasos de la entrada al abismo. Del temor de que en el enfrentamiento ritual con el oeste no sobreviviéramos, ya me había olvidado, ahora era el monstruo de fuego lo que me hacia dudar de nuestro atrevimiento.
¡Y entonces la bestia rugió! Nunca había escuchado bramar a U´Etroque en mi vida, mas aquella demostración estaba por encima de la más ambiciosa idea que yo hubiera tendido de él. Lo hizo una vez y otra vez más. Rugió y rugió con una fuerza siempre creciente cada vez cual si toda su ira estuviese siendo desatada dentro de la cueva. Nos quedamos helados. Nos hallábamos parados chisk uno tras otro, primero Chake, luego Mulkan, detrás de él me hallaba yo y detrás mío, Peck. Trate de pronunciar algo, convencerlos de que todavía los cachorros no estaban listos para enfrentar a la bestia, mas aunque quise, no pude… fuego salió expulsado brutalmente desde el fondo del abismo en una enorme demostración de poder… o de algo más. Dicha ráfaga nos lanzó a los cuatro hacia no muy lejos de la entrada, pero si muy fuerte. Gracias a un milagroso acto reflejo giramos lanzándonos pecho tierra para esquivar el poder de las llamas que ante nuestros ojos, estaban consumiendo lo negro del bosque. Las arañas e insectos gigantes se retorcían con la luz así como con las brasas que las hacían volverse bolas tostadas de carne; los fieras chillaban corriendo tan rápido como les era posible, desesperadas por sentir su pelambre o piel incendiándose. Se arrastraban frenéticamente buscando apagar el fuego tallando sus cuerpos contra la negra tierra, el alivio a la tortura ardiente chisk. Aquello era un caos. El movimiento, la desesperación, la destrucción. No era nada parecido a las guerras rituales con los elementos como armas ni al U´Etroque que contaban los veteranos Jilaá. Esto era algo sin precedentes… una oscuridad que rebasaba aquella en la que se guarnecía la bestia sagrada.
Entonces pude ver algo sobrenatural, intenso, tan vehemente como sólo podría verlo allí, en los ojos de Chake. Era un deseo de ir allí dentro y enfrentar con toda su violencia a cualquier cosa que poseyera tal capacidad destructiva. Se le miraba ansioso, emocionado, maravillado… nada detendría, eso era seguro… excepto y por tan solo unos instantes, una enorme bestia de escamas negras rojizas saliendo de la guarida; su porte era sin duda escalofriante, su cuerpo se asemejaba al de los grandes lagartos del pantano al sur de Hilaya; sus fauces, repletas de afilados dientes que dejaban escapar entre uno y uno el fuego que seguro era su aliento; pesado, tan pesado como para hacer temblar el suelo a cada uno de sus pasos y dejar profundas marcas en el mismo acto; su escamado pero también espinoso cuerpo se encontraba envuelto por un fuego ya muy tenue que apenas se mantenía en ciertas partes de su ser. No poseía brazos ni alas pero estoy seguro que la mismísima bestia hubiera deseado tenerlas en ese momento… para arrastrarse… para volar…
Y entonces cayó.
Sus pasos aunque pesados, se miraban ya débiles al igual que el fuego que se apagó al momento de caer cuan grande era.
La estupefacción chisk dio paso a las preguntas ¿Acaso ese era el gran U´Etroque de la leyenda? y si así podía ser ¿Qué había en la guarida esperando a cuatro aspirantes a Jilaá?
Quise desertar ante lo intimidante de las respuestas, pero lo cierto allí era que Chake estaba porque nosotros estábamos. Abandonarlo contra lo que fuese que hubiera, no fue una opción entonces. Él se incorporó tan rápido como intenso fue su deseo de penetrar al abismo, nosotros torpemente le seguimos esquivando en la carrera a desgraciadas bestias de la oscuridad retorciéndose. Chake ya había se había internado para cuando nosotros apenas alcanzábamos la entrada. Quisimos entrar lentamente, con cuidado, pero no había tiempo para eso, la euforia del hijo del chaman era ya la nuestra aunque no quisiéramos.
Tal cual nos lo contaran, ese abismo era de una negrura total, sólo el fuego de U´Etroque podría iluminar el camino hacia el destino del Jilaá… pero quizá ya no había un U´Etroque allí dentro. En su lugar, existía un frío que calaba hasta los huesos, un olor a sangre penétrate así como un fresco olor a metal… podía imaginar entonces que las armas habían chocado dentro y su esencia persistía aun como prueba de la mortal batalla. El suelo estaba lleno de una sustancia algo resbalosa, las paredes de la cueva también. Debía tratarse de la sangre del monstruo vencido que seguramente iba chocando en medio de su agonía. Aun con todo y esa sangre chisk, anduvimos unos pasos apresurados pero seguros hasta encontrarnos al fin con Chake en lo que pensamos que se trataba del final del cueva
Pero nos equivocamos de nuevo chisk.
Chake se detuvo allí porque hasta allí llegaba el rastro de algo diferente a la bestia con escamas rojinegras. No se podía ver nada pero también lo percibimos con el olfato. Según este, delante de nosotros se hallaba lo que como guerreros elegidos de la aldea de Hilaya, estábamos buscando vencer. Sentíamos su movimiento, su respirar agitado, su furia al sabernos delante suyo. Aunque tenue, la voz de los elementos llamaba, pero en lugar de llamarnos a las armas, nos llamaba a largarnos de ese lugar tan rápido como fuese posible. Sin embargo, Chake se volvió sordo a esa llamada…
De pronto, algo que portaba nuestro oponente brilló lo suficiente para iluminar su faz. Era horrenda. Totalmente ovalada y de fauces llenas de afilados colmillos que sonrieron al vernos. Sus ojos eran pequeños pero siniestros, no poseía nariz y al parecer tampoco cuello. El color de su piel arrugada se distinguía verde, pero de un verde fuerte así como oscuro que asimilaba a las aguas malolientes de las ciénagas prohibidas. En ese momento no pudimos ver sus extremidades, sino sólo la punta del objeto brillante que portaba; parecía una vara de los árboles oscuros que crecían afuera, torcida y de silueta siniestra.
Escuche entonces el gruñido de Chake al ser retado por aquella sonrisa, nuestro líder estaba a punto de rugir como símbolo del comienzo… mas algo lo detenía.
Sorpresivamente —Inclusive para mi—, ese algo no me detuvo. Cargue al momento levantando mis garras calculando el lugar donde podría estar su pecho. La luz revelaba que el monstruo nos rebasaba en altura por un cuerpo, empero, un verdadero Jilaá jamás se amedrentaría por el tamaño. Rugí en medio del sorpresivo ataque buscando intimidar al enemigo, mas no fue así; él cargó al momento en respuesta tirandome un golpe que jamás supe de donde vino. Salí disparado hacia atrás víctima del tremendo poder que nuestro oponente poseía. Tosi. El golpe me impactó de lleno en el pecho sacándome el aire y llenando mi respiración de sangre. Tres gritos de guerra se escucharon al unísono entonces, Chake y los otros se llenaron de furia al mirarme volar cual muñeco de vudú. El impacto debía ser más chisk poderoso de lo que creía ya que la vista se me estaba nublando de a poco, no se trataba de un opaco gris sino que mi vista y conciencia menguaban al tono del rojo de mi sangre. Miraba en lapsos la batalla siguiendo la escena que la luz del objeto iluminara. En una de ellas, mire a Chake trepado en la espalda con sus filosas garras clavadas en el pecho del monstruo y sus colmillos hundidos por encima del ojo izquierdo. En otra vi a Peck lanzando frenéticos zarpazos al cuerpo de su oponente en una ofensiva totalmente frontal. Enseguida observe a Mulkan salir disparado a la misma manera que yo contra la pared que se hallaba al frente mío. Su grito fue desgarrador. Seguro el impacto le habría chisk roto la espalda a juzgar por el tremendo crujido de huesos que se escuchó al impacto. Mientras los gritos feroces continuaban por parte de los tres que aun estaban en pie luchando en medio de la oscuridad. El olor se transformó en una laguna de sangre y sudor penetrantes que a la vez supuraban violencia. Mucha de esa laguna estaba llena de lo nuestro pero de la creatura también había gran cantidad. Yo escuchaba y olía todo, a cada momento esos sonidos de furia me enardecían con más ímpetu obligándome a ponerme de pie y saciar mi sed de venganza, a empaparme de esa laguna de sangre que casi podía saborearse. El movimiento de la batalla se sentía frenético; nadie daba tregua así como nadie la concedía. Trate de incorpórame pero solo conseguí casi ahogarme con mi propia sangre.
Entonces la luz reveló el cuerpo disparado de Peck a unos cuantos pasos de donde yacía yo. Su chillido fue amargo, sabia que también el monstruo lo había despedazado como a Mulkan y a mi. Su cuerpo despedía la mayor concentración de sangre al igual que de miedo de los que estábamos en ese lugar. Escuchaba claramente como se retorcía, como se arrastraba tratando quizá de huir de la muerte. Debía tener las piernas o las patas desechas. Quizá ambas.
Mientras, la batalla se acercaba al clímax. El fuerte olor a metal se hizo presente con mayor intensidad; la punta de luz que iluminaba el escenario de pronto se tornó verde oscura y un calor sofocante lleno el espacio donde estábamos. Chake profirió el bramido más feroz que le había conocido hasta entonces. Su cuerpo fue impactado en el costado izquierdo por la intensa punta verde haciéndolo caer. La punta se elevó iluminando una expresión de satisfacción, de sonrisa siniestra al saber que estaba a punto de la victoria; y luego bajo rápidamente para terminar de un golpe con todo… pero no halló el cuerpo de un desvalido guerrero. Lo que halló fue una pared de piedra que lo envolvía. Chake estaba mostrándole a su oponente cuál era la verdadera fuerza del Jilaá: la fuerza de los elementos. La piedra se tornó incandescente y al momento Chake se rehízo impactando con la envoltura rocosa de su cuerpo el centro de su oponente. Entonces este soltó el arma y aquella fue su perdición. La batalla se desarrolló en la espesa oscuridad de la que solo se escuchaban los gritos desesperados de la creatura y la furia en cada impacto por parte de Chake. Una y otra vez la carne sonó secamente violentada por piedra y guerrero. En un momento de la cruel contienda, los sonidos dejaron de producirse. Únicamente unos pasos que anduvieron lentos inundaron con suspenso la atmosfera. La punta brillante fue recogida del suelo y volvió a alzarse, mas esta vez, mostraron la expresión del Jilaá con las fauces cubiertas de sangre, los ojos poseídos de violencia así como el pelaje fusionado con la roca. Bajó con toda la fuerza de la venganza e incluso yo pude saborear ese momento cuando la luz penetró de lleno el cuerpo del monstruo haciendo de nuevo la oscuridad absoluta… la oscuridad que precedía a la muerte.
Chake rugió ferozmente al saber a su insólito enemigo ya sin vida. Pero aquel sonido no fue producido únicamente por ello sino también por dolor; la espalda del Jilaá brilló intensamente iluminando toda la cueva con un resplandor verde oscuro al morir la bestia. Pude ver los cuerpos de mis compañeros tendidos y solamente en ese efímero instante, aquello que había hecho dudar a Chake fue claro para mí: vernos caer… Mulkan no lo había logrado. Además de ver su cuerpo, ya había dejado de respirar incluso antes de la ejecución del monstruo; Peck estaba vivo pero inconsciente, respiraba, solo entonces pude ver que todas sus extremidades estaban rotas en ángulos totalmente fuera de lo normal e incluso con los huesos expuestos en algunos lugares.
A Chake se le dibujó una silueta en la espalda que consumió toda la luz que otrora despidiera. Y ese signo así como ese feroz sonido, fueron lo último que pude soportar consciente.
El dolor me hizo desmayar.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Capitulo 1: El signo de los ocho (Anathar)

II
Anathar

La llamada estaba hecha.


—¿Sentiste eso?— preguntó él mientras arreaba su gran tortuga del desierto.
—¿Sentir qué?— replicó despreocupado el otro, sin dejar de mirar al frente.
—El suelo…—y él se detuvo de golpe halando la gran correa de mando del aparejo— se está moviendo
—¿Por qué te detienes ahora, Fou?
—Espera, algo está mal… —la pausa y el silencio que se hicieron entonces parecieron eternos— mira el cielo.
—El suelo, el cielo —refunfuñó el tipo gordo sin siquiera levantar la vista o tomar en serio las palabras de su compañero, y todavía sin detenerse—. No sé qué te sucede últimamente, Fou, pero desde que salimos de la posada has estado muy raro. No dejas de hablar acerca de que algo esta mal —mas su mirada aun seguía despreocupada enfocada al frente—. Todo para ti es “extraño”, aquí y allá, te estás volviendo paranoico. Escucha, tenemos una carga de harina que no llegará a Tarin si tu continuas allí estacionado. Al suelo no le pasa nada, es sólo arena —se detuvo entonces para bajarse de la gran tortuga y tomar un puñado del suelo— ¿ves? Simple arena. En cuanto el cielo —suspiro volviéndose con la intención de otra vez montar—, es cielo de noche, nada más que eso. Anda, vamos de una buena vez.

Pero su compañero seguía estático con la mirada fija en las alturas.
—Fou… Fou… ¡Fou!—mas ni el grito parecía quitarle el embelesamiento—¡Con mil condenados rayos, Fou… —y justo dispuesto estaba en ese momento a ir a abofetear a su compañero cuando por mero reflejo, levantó la vista— ¡Oh madre bendita!
Entonces lo que vio desvaneció todo rastro de furia.
En el cielo, las nubes se arremolinaban rápidas hacia un ojo de huracán totalmente oscuro, más oscuro aun que la misma noche; pero eso no era todo, incluso en aquel mundo tan fantástico, incluso allí en las exóticas arenas de Taren, jamás la nubes habían sido tan violetas como en esa noche frente a los dos arrieros. Violeta con blanco a plena noche.
El frio que se sintió a la sazón tampoco era natural.
Aquella noche daría paso a un evento inolvidable para los dos, pero eso no era un buen augurio. Fou, había tenido razón en la posada al advertirle a Hin que sería peligroso salir de noche a cruzar el desierto, pero sobretodo seria peligroso salir esa noche a cruzar el desierto.
Unas gotas finas cual rocío venido del cielo comenzaron a humedecerlos, pero ellos ya ni lo percibieron; tal era el espectáculo del espiral en lo alto que, tampoco se dieron cuenta de que dicho rocío poseía un color dorado igual de único. Poco a poco sus rostros y ropajes se fueron tiñendo de amarillo hasta que al final, resplandecían tal como bombillas encendidas dentro de un cuarto oscuro
En Taren jamás llovía. Menos aún gotas de color dorado venidas de una nube violeta con blanco… cierto es que llovió en todo el mundo toda la noche aquella noche, empero, en ningún lugar las nubes formaban ojos de huracán ni menos se tornaron de colores surrealistas precipitando gotas de color. Eso era excepcional.
Así entonces, lloviendo de esta manera, pasó la primera noche.
Al día siguiente dos tortugas gigantes de metro y medio de alto por dos metros y medio de largo, se presentaron a las orillas del pequeño poblado minero de Tarin, ambas, arreadas por alguien que no se parecía a los habituales Fou y el gordo Hin. Este ser que halaba del ronzal a ambas bestias, era mucho más grande, quizá de la altura de ambas tortugas encimadas; delgado y de amplia cabellera casi tan azul como el tono de su piel. Su vestimenta era la propia de los viajeros del desierto pero llevaba descubierto en parte las piernas y los brazos; en lugar de tela gris, en el brazo izquierdo lucia braceras y hombreras de placas verde con negro; en el derecho, solo una muñequera de cuero café bordeadas de pelaje amarillo; en cuanto a las piernas, en cada una llevaba un anillo que rodeaba el muslo, el de la derecha, blanco con motivos verdes, y el de la izquierda, verde con motivos blancos. Mas nada de esto era tan impresionante como aquello que cargaba en la espalda: un artefacto largo como una lanza pero con una forma desconocida, metálico y delgado, gris, que siempre despedía vapor azul. Los Tarinenses le miraron naturalmente extrañados, pues aunque aquella también servia como estación de paso, jamás habían visto creatura parecida. Menos de arriero al mando de dos tortugas. El azul personaje permanecía con la cabeza gacha y el rostro cubierto por la capucha de su atuendo grisáceo. Avanzó sólo lo suficiente para estar propiamente dentro del poblado al paso de la avenida principal y entonces, soltó las riendas de las monturas para poder sentarse en acto seguido. Sus pies no estaban desnudos exceptuando los tobillos que si traía descubiertos de la tela que envolvía lo demás. Aun con eso, era notable que no tuvieran rastro de lodo o siquiera polvo resultado de la extraña lluvia de la noche anterior. Tampoco quemaduras consecuencia de andar en la ardiente arena por el día.
El forastero se quedó sentado allí como esperando ser visto por todos sin proferir palabra o sonido alguno.

—Oye tu ¿quieres un trago?—le preguntó un voz aguadientosa y torpe detrás de donde estaba.
Pero el extraño arriero ni siquiera giro para buscar al dueño de aquella voz. Continuó impasible en su lugar de asiento como si no hubiese escuchado voz alguna.
—Vamos amigo, toma un poco, bebe —insistió la voz que cargaba consigo un fuerte aliento a vino barato.
Una vez más el arriero se mostró reacio a cualquier reacción, ni aun la voz o el olor desagradable tan cerca de él consiguieron perturbarlo, sin embargo, esta vez el artefacto que cargaba en su espalda comenzaba a reaccionar en su lugar.
—¡Hey! Mira —pronunció agitando su casi vacía cantimplora en la cara del extraño— aun hay mucho para ambos ¿lo ves?¿eh? mira…
Entonces el ser azulado levantó el rostro y sus ojos fulminaron al desenfadado y desdeñado pueblerino con fama de mendigo pero además, de borrachín. Este se le había acercado sin temor o extrañeza alguna al arriero de tortugas ya que en el estado en que se encontraba, la extrañeza o el temor se desvanecían al son de cada nuevo trago. Él mismo sabía que al pasar de la garganta el vino, las cosas siempre se tornaban cada vez más extrañas. Los poderosos ojos violetas del arriero hablaron lo que sus palabras callaron… una presencia que ordenaba sumisión, respeto así como temor. Y aun con eso, el borrachín no dejo de agitar la cantimplora frente a su cara con un gesto de ánimo alcohólico. Sus ropas estaban sucias, rotas por donde se mirase, su olor no era menos desagradable, la cantimplora se miraba también escabrosa con manchas de derrames pasados de vino; cabello y dientes visiblemente sin asear quizá en años, o quizá jamás los había aseado.
—Toma, bebe, amigo.

Y arriero lo aceptó para beber de él.
Mas animado aun, el mendigo se inclinó un poco para quedar su cara a la altura de la del arriero que aunque bebía, continuaba capturando los ojos del borrachín con los suyos.

—¿Cuál es tu nombre, azulado? —preguntó al arriero sin siquiera dudar que aquella era una nueva alucinación suya —a mi me llaman Sladen, significa “el que traga arena” ¿ves esto?—sonrió al momento para mostrar su desagradable y amarilla dentadura, ya muy deteriorada por cierto— dicen que me trago la arena
Al instante el alcoholizado tipo soltó una serie de carcajadas producto de una burla a su propio sobrenombre. Al tiempo, el forastero dejo de beber, extendió el brazo en señal de devolver el envase a su original dueño.
—Y bien, azul ¿cuál es tu nombre?— insistió dando un ligero trago a la cantimplora.
Mas su invitado no contestó. En lugar de ello, se limitó sólo a negar con la cabeza continuando con su silencio impasible.
Empero, el artefacto en su espalda despedía aun más vapor cual si estuviese al punto de la ebullición.
—¿Con que sin nombre eh? mmm...— acariciándose la barbilla pensaba en un buen nombre para esa “su nueva” alucinación— creo que tengo el indicado, ¿qué tal “Anathar”? ¿Sabes lo que significa?
El tipo volvió a negar con la cabeza
—Significa “el que viene de Taren” ¿Qué tal eh? buen nombre ¿no es así?
Al momento, las facciones del arriero se contrajeron con una tensión que precede a la furia absoluta.
—¿Con que te gusta el nombre , eh?, a mi también. Es el nombre de una leyenda, la leyenda de este pueblo. —y volvió a empinar la cantimplora pero ya no logró extraer gota alguna de élla—oh! Esta vacío —riéndose de tal desgracia— el gran Anathar…un gigante del tamaño de varias casas juntas; fuerte como no hay nadie en el mundo, de aspecto temible y siempre furioso —entonces volvió a empinar la cantimplora para intentar esta vez tener éxito— mmm… creo que alguien debió terminarse su vino, eso enfurecería a cualquiera ¿no crees, azul?
Al decir esto, se dio media vuelta escudriñando la zona como en actitud de buscar una nueva cantimplora o el lugar donde llenar la propia. Con la mano derecha pegada a la sien, reproducía el acto de hacerse sombra, mas el cielo de aquel día aun poseía los tonos violetas de la noche anterior. El sol ni siquiera era visible esa tarde. Pero él todavía no se daba cuenta de ello, se mantenía concentrado en su tarea de búsqueda cual si nada mas existiera en el mundo.
Tan concentrado se hallaba, que no se dio cuenta que el extraño forastero se había puesto de pie, que se encontraba justo detrás suyo y que ya en las manos sujetaba lo que antes cargara en la espalda. El artefacto ya no parecía metálico sino que ahora, el vapor que le cubría lo pintaba como hecho de gas completamente.
—Creo que ahora recuerdo —afirmó el mendigo fijado su mirada en un punto donde según él, estaba el anhelado oasis del vino— ¿Sabes por qué Anathar siempre estaba furioso, azul?
El forastero no contesto
—Dicen que su propia sangre le traicionó, que lo enterraron en el desierto con la esperanza de que su cuerpo se secara con el sol y la aridez de la arena. La leyenda dice que un día se levantará para reclamar su venganza, pero antes de ello, debe recordar lo que las arenas del desierto le hicieron olvidar. —entonces comenzó a girar para dar frente a su interlocutor— gracioso ¿no crees, azul? Estar molesto por algo que no recuerdas —se carcajeo. Tan fuerte y tan despreocupadamente como quien por el vino ha perdido el sentido del miedo y la amenaza. Se carcajeo. Quizá la ultima carcajada de su malvivida vida.
Cuando el pordiosero del pueblo de Tarin, estuvo completamente de frente al enorme ser, aun la borrachera que de días pasados ya arrastrara y la sonrisa de instantes antes, fueron olvidadas en un segundo. Su tez se volvió pálida y sus ojos abiertos hasta más no poder tratando de abarcar todo lo que tenia delante. Inclusive dejó caer la cantimplora envuelto en la enorme impresión… quizá esa seria una alucinación suya, pero nunca había tenido alguna tan aterradora como aquella: el cuerpo del sobrecogedor forastero, todo él, emanaba con la misma intensidad que su artefacto, el raro vapor azul. Su cara se miraba llena de una ira que no podría ser menos que intimidante. Los ojos brillaban encendidos de ese violeta que antes sólo se veía a punto de estallar en poderío, su respiración era agitada y de su boca liberaba cantidades colosales de vapor azul en cada exhalación. Sus músculos estaban tensos a tal grado que podía mirarse el palpitar de lo que fuera que corriera debajo de esa piel de dureza casi metálica; se hallaba algo encorvado, con la mirada clavada en el mendigo mientras este aun no podía salir de su petrificación. Así entonces, el ahora amenazante forastero empuñó fuertemente su largo artefacto de la espalda a dos manos, mas este se fusionó con sus puños dejando algo que ya no parecía vapor sino el mismísimo tártaro azul envolviendo sus manos.
EL alcohólico se hizo encima del miedo al presenciar aquello. Quería gritar, correr, suplicar, arrodillarse… cerrar los ojos, pero aunque lo deseaba su cuerpo ya no le respondía, era demasiado tarde para él. A su verdugo sólo le bastó con extender su largo brazo derecho imbuido de ese calor sobrenatural hacia la cabeza del sentenciado. Al instante, todo ese estropeado cuerpo comenzó a evaporarse en un gas de tonalidades verdes, azules y vino. Consumido por más que el vapor, por ese ardor brutal, comenzó a gritar y a retorcerse en el suelo arenoso de Tarin. Su piel se fundía a cada instante producto del feroz calor llegando en un momento a ser un charco naranja negruzco cual épocas antes fuera su tez. Sus gritos así como la misma estampa de aquella escena, horrorizaron a todos los curiosos tarinenses que les habían observado desde el principio, sin embargo, en un instante los gritos del cruelmente evaporado mendigo fueron opacados por uno aún más fuerte e intenso
—¡ANATHAR!

Rugió fieramente él a viva voz, destruyendo todo lo frágil de Tarin y ahuyentando al par de tortugas que le acompañaban con simplemente el poder de ese grito. Los pueblerinos cayeron en el mismo estado que la primera desgraciada victima: petrificados totalmente por el miedo sin capacidad siquiera para parpadear.
Los gritos del mendigo habían cesado, mas ya no quedaba otra cosa que algunos rastros de vapor y el charco naranja negrusco que otrora fuera la piel del tarinense.
Enseguida, el gigante se agacho tocando con la mano izquierda el suelo regado con el líquido. Dicha sustancia reaccionó con el calor y comenzó a moverse frenéticamente evaporando también el suelo, tornándose así de un penetrante violeta. Una silueta se dibujó por este movimiento en el suelo, una silueta que liberaba el mismo vapor que el artefacto despedía. El líquido fue absorbido por la tierra y entonces, la silueta se torno blanca y claramente definida. Perecía estar incandescente a una manera que jamás se había visto en Tarin ni en ningún poblado cercano.
En aquel instante nadie tuvo la capacidad de decir algo, pero todos identificaron la silueta como la misma de la que el artefacto en la espalda del gigante, tuviera forma. Por esa razón y desde ese momento, a tal silueta se le conoció con el nombre de “el signo de Anathar”.
Tarin ahora conocía a su creador… a su dueño.