domingo, 11 de octubre de 2009

Capitulo 1: El signo de los ocho (Estivanys)


IV
Estivanys

Esa noche, Vet no durmió.

Todo comenzó antes del anochecer, justo cuando la primera gran estrella se hallaba al final de su puesta. Vet, regresaba recién de su acostumbrado viaje por los campos de flores, y fue antes de llegar al enorme árbol partido en dos que tratara como trono, el momento en el que el señor del mundo emitió las primeras señales. No se sentó a esperar el sueño como acostumbraba, en lugar de ello, comenzó a susurrar extrañas frases de menor a mayor velocidad. Su paso se volvió lento, torpe hasta detenerse. Las frases continuaban mientras que su cuerpo comenzaba a tambalearse. Con sus enormes manos se cubrió el rostro en señal de una mayor perturbación; se mantenía recargado en el gran árbol a la vez que sus piernas parecían sostenerlo menos y sus maldiciones elevarse más. Al verlo, la extrañeza creció entre los pobladores que al instante, dejaron quehaceres y trabajos para observar intrigados qué sucedería a continuación. Sabían que dirigirse a él sería peligroso, mas al verlo, era evidente que su estado se deterioraba. Se quejaba con más frecuencia, con más euforia; su cuerpo decaía, el ambiente se llenaba de amenaza… con la mano derecha se apretó el pecho al grado de casi clavarse los dedos. Su respiración era entonces agitada, tanto, que sus desesperadas palabras se entrecortaban. Apretaba fuerte los dientes, elevaba los susurros a palabras y las palabras a visibles maldiciones; expresaba una presión que empujaba buscando la salida, haciendo sentir su frenético escape, amenazando con estallar…

¡Y estalló!

Vet explotó extendiendo los brazos y alzando su temible voz en un poderoso bramido que hizo temblar cielo y tierra por igual. Los oídos de las creaturas en Vey fueron torturados, mas aun aquello, apenas era el inicio. Vet comenzó a andar errática pero amenazadoramente agitando su cuerpo y brazos de tal manera que asemejaba a un torbellino. Sus facciones se mostraban encendidas. Sus pasos, demoledores. Y más allá de todo eso, su actitud, totalmente fuera de control. Pisaba, lanzaba o partía cualquier cosa sin contemplación. Las indefensas creaturas huyeron ante tal muestra de despotismo; el extraño que nadie había invitado estaba con simplemente la fuerza de sus brazos, destruyendo sin piedad todo lo que ellos habían construido con trabajo y dedicación. Moradas de redondas azoteas se hacían añicos con una facilidad que aterraba. Negocios y parques sufrían también el enloquecimiento. En un simple manoteo, en un simple braceo, piedra, árboles, follaje; juegos, herramientas y muebles se reducían a miserables escombros mientras el señor del mundo continuaba andando aquí y allá con su mecánica frenética, golpeando igual que maldiciendo con cada vez más intensidad.

Entonces cayó la noche.

La suya parecía furia, pero si se le mirase, si realmente se le observase, lo suyo se convertía en negación. Una violenta negación ante un dolor insoportable… mas los morps no tenían la oportunidad de observar. El fuego en los hornos de sus panaderías encendió un escenario ya de por si desquiciado. La paja comenzó a arder iluminando el horror en las caras de los pobladores, horror de perderlo todo sin poder hacer nada. Pero a Vet no le preocupaba esta destrucción, su demoledora danza continuaba al ritmo de las brasas cual si con ellas se avivara su interna intensidad. Toda la foresta alrededor del valle estaba ardiendo también; arbustos, abetos, ramas, hojas; la basta fauna del mismo modo, grandes o chicas, las creaturas del valle se apresuraron a hallar un lugar seguro… pero no todas lo lograron, convirtiendo la tierra en una plancha de cenizas aun de rojos vivos. Sangre y fuego pintaron Vey en aquella tercera noche.


*****


Mientras tanto, lejos y al norte de Vey, una tormenta helada azotó las siempre calidas arenas de Taren. Toda la noche fue revolucionada por arenas blancas que se arriaban al ritmo del viento furioso. Sin duda se trataba de un mensaje lejano… un mensaje para el único morador que podía entenderlo en el corazón del desierto.

Enterrado nuevamente por si mismo, Anatahar fue sacudido por algo de lo que no comprendía la naturaleza. Algo más allá de la fría tormenta, algo profundo… una opresión en el pecho. Es cierto que se estremeció, y por un momento, el cielo volvió a tornarse violeta aderezado con blanco mientras remolinos enormes devastaban las dunas. Pero fue sólo por un instante, el breve lapso en el que Anathar abrió los ojos. Fuese lo que fuese que le oprimiera el pecho, no era lo suficientemente poderoso como para hacerle levantar de su preparado letargo. Aquello se volvería una pregunta añadida a la lista de su próxima búsqueda… para su mente no existía nada más que tres motivos, y sólo por ellos, se alzaría de nuevo: alguien debe saber, a alguien debo encontrar… y alguien va a pagar.

Pero no esa noche, aun no.

Y sus ojos se cerraron de nuevo.


*****


La segunda gran estrella del cielo comenzaba a traer los primeros destellos de luz matutina al naranjado bosque de Nur, cuando el sonido dulce de una voz transportó por el aire la caricia de los buenos días. Era una voz fina, confortante, melódica. Incluso las mismísimas aves que trinaban al amanecer celebrando el día, celebraron aquella melodía tan hermosa con su silencio. Provenía del corazón naranja de Nur, donde cuatro árboles se alzaban enormes muy por encima de todos los demás. Los sabios bibis, moradores en lo profundo de la tierra, decían que esos cuatro árboles estaban allí desde el nacimiento del mundo. Simbolizaban que no hay poder más grande que el de la naturaleza, pero además, que el exótico color de Nur emanaba de la primera semilla que fuese plantada bajo una enorme luna naranja.

Bibis y fantasmas por igual se deleitaron con el llamado. Los primeros, recibieron la canción penetrando las entrañas del bosque, cerraron los ojos y abrieron su imaginación para encontrarse con vivas fantasías, los segundos, convirtiéndose en viento, se empaparon de la esencia misma de tan bella música matinal.

Ese amanecer fue superior a lo conocido como mágico. Los ríos que bañaban las raíces de los cuatro árboles se hicieron rosados y sus peces naranjas; el cielo se tornó en una hermosa aurora boreal al tono de la voz que parecía moldear los colores y las formas en lo alto. Un agradable calor llenaba el ambiente así como los corazones de plantas y animales por igual. Las rocas se desprendían de sus almas para danzar con el viento, las exóticas flores abrieron perfumándolo todo en ofrenda; la vida despertó al tono de una tierna voz que citaba así:


Eg veit eit sted oppe i mellan asen

Kor masene mjuk og trea kaster skugge

Eg veit ein gut, den stautaste ta alle

Auge ljose i morkret, "Vil du staden sja?"

Eg ventar til dagen er omme for eg til staden fer

Set meg ned pa hella, tru om han kjem?

Eg vert so varm, kjenner kor hjartet banker

Kom, kom hit hja meg, ta meg i den favn


Narraba una historia tan vieja como los más viejos bibis. Todos ellos demasiado longevos al punto de acariciar la inmortalidad, mas al final, mortales como todo lo que existía. Los fantasmas eran la segunda vida de los bibis, que estaba consagrada a velar por el bosque desde la superficie. Y aunque fantasmas, sus corazones aun ardían con las más puras pasiones que conocieran en vida.

Sab, poeta entre los bibis del pueblo en medio de las montañas donde nace Nur, era uno de aquellos quienes en vida conociera lo fuerte de estas pasiones. Le recitaba a las raíces de la fauna joven consintiendo su crecimiento y otorgándoles hermosas formas cual hermosas eran sus versos. En su muerte, los árboles del borde sur de Nur lloraron tan profundamente que sus ramas jamás se levantaron formando así, el ala de las lágrimas naranjas, una porción del bosque en la que sólo existían sauces llorones.

Ahora, en su segunda vida, se le concedería el honor de velar por los cuatro grandes árboles del corazón del bosque. Así entonces, él sería el primero en escuchar la dulce voz de aquella mañana. Rápido se dirigió embelesado al lugar de donde la voz manaba: la cara sur de los cuatro colosos. Lo que halló entonces estremeció esos ojos que brillaban en la oscuridad… el alma del bosque dentro del tronco del árbol. Ella, continuaba entonando su deliciosa melodía mientras Sab le contemplaba con fascinación. Al sentirse observada, su voz fue perdiendo volumen, mas el aire estaba ya repleto de la melodía, continuando así el fantástico espectáculo.

—Hermoso —alabó él, haciendo una reverencia en el acto— más que hermoso ¡sublime! —clavando sus brillantes ojos en el espíritu— Jamás imagine que sería así.

Y el espíritu exhaló alegría, un aroma que expresaba agradecimiento, ya que no poseía labios para sonreír.

—Ellos… nosotros… ¡yo! —titubeando de la emoción—, yo le he esperado toda mi vida anterior y toda esta. Mis versos le han alabado en cada línea, cada día, esperando el momento en que al fin pudiese escuchar su bello canto.

Entonces, hizo una pausa para contener su emoción y presentarse con mayor formalidad.

—Mi nombre es Sab, fantasma guardián del corazón de Nur, y en mi vida anterior, bibi trovador de raíces.

—Un bibi… —respondió una poderosa pero encantadora voz que manaba del interior del árbol— reverven, mi nombre es Estivanys, céfiro austral. Soy el alma, soy la vida de este bosque.

—Lo sé —dijo aun conteniendo la emoción— he contado su historia a las verdes semillas, celebrado su obra en forma de canciones en cada amanecer.

—Mi obra...

—Sí, los ríos, los peces, las nobles bestias, los bellos atardeceres. Todo lo que existe en este bosque, existe gracias a tu sacrificio.

—¿Sacrificio? —exclamó frunciendo el ceño y liberando un aroma cavernoso

Pero Sab no le escuchó. Todavía se encontraba embelesado en su propia alabanza aún sin terminar.

—A esa mítica batalla… —e hizo una pausa para volver a concentrarse en ella— seguro el bosque estará muy feliz de verle, gran señora. Y más felices estarán de saber que ya nada impedirá que se quede con nosotros.

—¿Quedarme?

—¡Sí, sí! —ya sin contener su emoción— Todos le cuidaremos. Bibis y fantasmas. Las aves y los jaguares también ¡todos, todos se pondrán tan felices!

—¡Espera! —ordenó ella, liberando un fuerte aroma dulzón— ¿quedarme? ¿Qué quieres decir?

A Sab le confundió esa pregunta.

—Pues… —pensando un segundo en las justas palabras—a volver a su trono en Nur. Gobernar. Usted es el alma, la vida del bosque y hemos esperado su despertar desde el inicio de los tiempos.

—Lo soy… pero no puedo quedarme. No quiero, no aun.

Aquello fue un mazazo, una cubetada de agua fría que dejó helado al fantasma. Su emoción se desvaneció en un instante y ya no supo que contestar.

—Quiero liberarme una vez más. Andar de nuevo, viajar. Quiero irme a ver cómo es el mundo. He estado aquí dormida por mucho tiempo y ahora quiero ver si este mundo es como lo que he visto en mis sueños.

—Pero… pero… usted… —y desvió su mirada al suelo— usted no puede hacer eso.

Dichas palabras detuvieron el espectáculo.

—¿Que no puedo hacerlo?... ¡¡Que quieres decir con que no puedo?! —respondió molesta.

—Es que… u-usted —vacilando ante la amenaza de enfurecer más al espíritu— no puede…

—¡¿Cómo te atreves a desafiar mi voluntad?! —interrumpió con más euforia— ¡Ese es mi deseo y así ha de cumplirse! ¿Quién eres tú para prohibirlo?

El fantasma no contestó. Se hallaba demasiado aturdido a la vez que intimidado ante tal reacción. El espíritu tampoco dijo nada más, en lugar de ello, comenzó a luchar por liberarse del árbol. Forcejeaba con enorme ímpetu haciendo crujir la madera. Sacudía su cuerpo arremetiendo hacia un lado y hacia otro en busca de debilitar la prisión. Por unos fugaces instantes, su enorme ser parecía separase del macizo. La mitad superior de su cuerpo ya sobresalía del resto del árbol mientras ella se quejaba en medio de esfuerzos visiblemente grandes. Pero su fugaz éxito se desvaneció. El intento llegó a un punto donde, aunque aplicaba una fuerza brutal, sus intentos eran totalmente vanos. Su cuerpo se desprendía cada vez menos y sus propias arremetidas en lugar de liberarla, le rasgaban lo que ya estaba libre. Comenzó a gemir. Su voz otrora encantadora, se tornó amarga, y el aroma que desprendió entonces fue amargo también. El enraizamiento con el tronco era demasiado fuerte, incluso más fuerte que ella misma. Podía saberse que además del dolor propio de jalar desesperadamente su cuerpo atorado, estaba compartiendo el dolor del árbol al ser desprendido de una parte de si. El martirio fue demasiado y ella se detuvo entonces.

Pero el sufrimiento no terminó cuando hubo cesado en su intento

El espíritu del bosque continuaba doliéndose amargamente al punto de gritar de dolor. Las heridas estaban expuestas, las astillas clavándose crueles en ellas. Sus gritos eran la otra cara del encantador canto: tortuosos, penetrantes, corrosivos… Sab se doblegó al instante porque dichos gritos le rasgaban los sentidos. Los ojos bellos del espíritu manaron lágrimas verdes que completaban el cuadro de sufrimiento que atravesaba. En una parte lateral a ella, una gran rama nació del árbol.

—¡Ayúdame! —clamó entonces al fantasma clavando sus ojos llenos de lagrimas en él— ¡Ayúdame!

Pero Sab todavía se hallaba retorciéndose incapaz de controlar su propia agonía.

—¡Por favor ayúdame!—grito desgarradoramente.

Al momento, los ojos, el cuerpo del espíritu, se iluminaron con una poderosa energía naranja símbolo de que su fuerza se estaba desatando en busca del alivio. La rama que había surgido buscó rápidamente a Sab, y cuando le alcanzo, la energía que emanaba del tormento del espíritu corrió por dentro del fantasma como una letal carga eléctrica. Al inundarse de dicho poder, Sab adquirió un brillo aun más intenso que el del espíritu y al mismo tiempo, una tortura mayor a la de ella. La sangre, las heridas, la desesperada lucha y la quemante energía fluyeron heredadas hacia el poeta.

Sab soportó la carga por un tiempo que se antojó infinito, mas al final, su cuerpo y la misma conexión no pudieron ser sostenidas rompiéndose de golpe, lanzándolo violentamente hacia atrás.

El silencio se hizo de nuevo en Nur.

La luz naranja cesó. El espíritu se hallaba con el cuerpo decaído, sus ojos cerrados y toda ella goteando un líquido verde al suelo. De entre los árboles por los que fuese despedido, una figura volvió a aproximarse a Estivanys, silenciosa. Sab apareció con gran firmeza en su porte. Inclusive fuerza. Una vez que estuvo frente a ella, comenzó a recitar en voz alta:

—“Sucedió que en el principio de los tiempos, la gran bestia llamada Anahad, retó a los cuatro grandes espíritus del universo. La bestia era poderosa y su hambre infinita. Nada crecía de la tierra sin que este horrible ser lo devorase inmediatamente. Nada estaba a salvo, nada lo detenía…”

—Bibi… ayúdame —suplicó ella ya sin fuerza en su dulce voz

—“…entonces, los cuatro grandes espíritus convocaron a Estivanys; una bella presencia de noble corazón y gran valentía…”

—Por favor —volvió a suplicar levantando su mirada llena de dolor

—…¡pero ni aun ella poseía el poder suficiente para derrotar a la feroz creatura! —elevando su voz ahora rebosante de violencia— ¡Así, decidió cargar de frente contra Anahad, y éste la devoró de un solo bocado! …mas ella no moriría…”

—Sab…

—“…su ser se había imbuido de una energía que era capaz de matar a la bestia desde dentro. ¡Entonces, con toda la fuerza de su corazón, Estivanys hizo estallar su propio cuerpo a fin de despedazar el de Anahad!.. Y así sucedió.”

Dicho esto, los ojos del fantasma volvieron a brillar como otrora, sin embargo, esta vez, estaban llenos de un fulgor verde.

—“Los cuatro espíritus, en deuda eterna por aquel noble sacrificio, buscaron el único fragmento que había quedado del cuerpo de Estivanys. Le convirtieron en semilla y le dieron el don de liberar un sonido que agasajaría a todo aquello que le escuchara. Ella sería el alma, la vida de un nuevo mundo. Todo florecería a partir de su canto.

Esto sucedió al principio de los tiempos…”

—A-ayúdame.

Mas el fantasma parecía ajeno a toda suplica del espíritu. El cuerpo de Sab se encendió con tal furia que, en ese momento, dejó de ser un fantasma para convertirse en un ardiente fuego verde.

—Dangtha´re-Re´O-jin —comenzó a conjurar él.

—Bi-bibi —extendiendo débilmente una vez más la rama.

—Dangtha´re-Re´O-jin —repitió con más fuerza—¡Dangtha´re-Re´O-jin! ¡DANGTHA´RE-RE´O-JIN!

Entonces el conjuro liberó un fuego verde que cerró todas las heridas del espíritu, pero a la vez, le empujaba de nuevo hacia el interior de la prisión. Dicho conjuro era violento, oscuro. Al ser atacado con él, Estivanys ardió experimentando un dolor mayor que el que sintiera al buscar liberarse. Al instante dejó escapar un grito tan desgarrador, que hizo retorcerse a toda aquella creatura que existía en el bosque de Nur. El viento se convirtió en corrientes de navajas; punzantes armas que recorrieron el bosque rebanando carne, madera o maleza sin piedad. La filosa tormenta también se transportaba por el agua ejecutando a la vida marina de la misma manera.

Aquello se había convertido en un escenario de brutalidad y sonidos agonizantes. La dama continuaba gritando con un ahínco cada vez mayor mientras las creaturas que aun vivas y conscientes, rogaban por ya no seguir conscientes o quedar vivas.

Cuando todo terminó, Nur volvió a estar en silencio… pero en total caos. Sus bellos árboles naranjas estaban destrozados o derribados. Sus animales heridos o agonizantes… en el mejor de los casos, muertos. Los ríos antes rosados, ahora fluían de carmesí con olor a muerte.

Estivanys ya sin fuerzas, se miró con horror al descubrir que su cuerpo volvía a estar arraigado al árbol, pero además, que una poderosa energía le aprisionaba con mayor potencia que antes. También un oscuro orbe se había formado descansando en la rama del costado tras pasar el cataclismo.

—¿Qué has hecho? —preguntó ella al mirar el propio y todo el horror que había desatado.

La poderosa llama enfocó su vista hacia este orbe, hacia el símbolo que estaba dibujado en él, y respondió:

“He salvado el bosque.”