miércoles, 5 de noviembre de 2008

Maravilla: ese otro mundo.

…Y su mirada se perdía dentro del trozo de papel.
—¡Wooooooow papá, esto es fantástico! —apuntaba el pequeño Oby con el dedo.
El padre sólo giro su atención un segundo, mas no había nada nuevo en esa expresión. Fingió. Fingió como tantas veces que le importaba lo que el entusiasmado chico decía.
—¡Ves papá, los ves? son Omanos ¡Mira sus guaridas, mira su comida, sus lenguajes! ¡Wow! ¡Son maravillosos papá!

Pero el padre seguía metido en lo suyo. Acomodaba las cosas en la bolsa y se aseguraba que nada faltara. Ponía la justa y minima atención que debía a su hijo. No es que no le importara, sólo que, realmente no había nada nuevo para él en aquello.

—Oby, deja eso ya y ayúdame a llevar estos encargos.
—¡Espera papá esta es la mejor parte!

Sin embargo, el padre ya había escuchado eso en otras ocasiones. Decenas de ellas, siempre era lo mismo. El joven cibón se abstraía y nunca lo acataba.

—¡Dame eso muchacho! —le dijo enfadado— Prepárate de una vez, se hace tarde; y por las alas de tu abuela, quítate esa ridícula… cosa.
—Se llama korbhaata papá y hace a los onhmbres más poderosos.
—¡A la porra con eso muchacho! simplemente haz lo que te digo y cállate —le ordenó mientras lanzaba el diminuto pergamino a un rincón de la guarida.
—Sí papá —respondió el joven entristecido.

Al padre lo lastimaba en el fondo. No quería realmente regañar al niño, pero el chico debía aprender. La comida en la mesa no llegaría de sueños guajiros sino de trabajo. Sí, Jon sólo creía en eso. Pero a Oby parecía no importarle el oficio, aún no dominaba su montura y menos conocía las rutas, el ser mensajero no lo animaba. Él creía en otras cosas.

—Vamos Oby, lo colibríes están preparados.
—Sí papá —decía sin ganas.

Salieron cargando hinchadas bolsas en sus hombros. Se trataba de objetos varios que los habitantes del bosque les pagaban por transportar. Allí dentro había de todo: desde objetos malditos hasta gotas de agua; lapizules, granos, semillas, rayos de sol, mariquitas, e incluso, sombra de árbol. Todo cabía con perfección en aquellas bolsas.

—¿Estas listo hijo?
Oby asintió cabizbajo con timidez.
—¡Pues ajaaaa!

Y al momento los veloces colibríes alzaron vuelo montados por un par de jinetes cibones así como sus bolsas.


Capitulo único – los sueños

Así era la vida en la parte azul del bosque Bibvi. Siempre agitada para algunos pero, no carente de alegría para todos. Sus habitantes convivían tranquilos, rodeados de árboles gigantes hasta rebasar la vista que, maduraban enormes frutas cada seis noches. La tierra era negra y a nadie le faltaba el alimento. Las criaturas más bellas del mundo venían aquí cada temporada regocijando a los habitantes con su perfección sin igual: las mantas que volaban en la lluvia, los fin-fin jugueteando en la de nieve y los hermosos unicornios presentes en primavera. Todo era un festín de colores y formas, desde las alas de las coquetas hadas hechiceras hasta las escamas brillantes de los mokuths terrestres. El día y la noche obedecían sólo al aura y al fénix; cuando cada una atravesaba el cielo era hora de la magia. Aura se posaba sobre la punta del árbol más grande el mundo para abrir sus alas dejando salir la luz del día, y fénix, siempre la perseguía como su eterno enamorado dejando tras de él lo naranja de la tarde. Sólo cuando esta magia se terminaba caía la noche sobre el mundo. El cortejo era eterno.
Bibvi era un pequeño gran mundo donde todo tenía un orden casi perfecto, Cada creatura cumplía con una tarea y por ello era recompensado por los demás creando así, un engranaje propio del mejor maestro relojero. Los hogares de las distintas creaturas que allí convivían, eran una mezcla de surrealismo con increíble simplicidad: hogares hechos dentro de una fruta a la que se le ha quitado la pulpa; Mansiones edificadas a partir de un gran brazo de árbol al que se le moldean y entretejen las ramas y hojas que le crecen; pequeñísimos residencias acomodadas en el botón de las flores de Vadyn, que se abrían por el día y se envolvían en sus pétalos por la noche...
O agujeros hechos en la tierra con una nuez tapando la entrada.
Al sonido del cantar del aura todos se despertaban. La vida comenzaba a moverse con los primeros rayos de la mañana para los habitantes que de a poco, abrían tiendas, recorrían caminos y trabajaban el cultivo o la recolección.
A los pequeños cibones se les asignaba tareas como dirigir la marcha de las hormigas o pintar los diseños en las alas de las mariposas. Jon era un mensajero montado en colibríes y quería que su hijo también lo fuera. Los gnomos, hadas, pixies y otras tantas a quienes servían siempre los recompensaban bien; su moneda no era de metal mas sin en cambio, siempre era más valiosa que eso: cada especie pagaba con su trabajo. En ocasiones con nuevas botas, a veces alimentando a los colibríes y en el particular caso de los pixies, estos siempre pagaban con una relajante ilusión. Oby siempre veía lo mismo en ellas: ese otro mundo.

Los años pasaron vanos para Jon y su hijo, la escena se repetía cientos de veces y a Oby, parecía importarle menos cada vez el oficio. Siempre estaba cansado por el día y no pocas ocasiones, se quedaba dormido sobre el colibrí. Su padre lo salvo todas las veces, pero ya se estaba haciendo viejo.
Un día, Oby y su padre se hallaban tomando sabroso jugo de kokó y pasas para la merienda, lo hacian cada tarde luego de escuchar el canto del fénix. Jon tenia la costumbre de llevar a la mesa su pergamino de rutas así como una lista de encargos para la jornada siguiente. Normalmente no ponía atención a otra cosa pero esta vez sería diferente
—Padre… quiero ser iengeniel
—¿Perdón?
—Que quiero ser iengeniel

A Jon le había parecido escuchar mal a causa de su desatención, pero cundo por segunda vez percibió esa palabra, dejo lentamente su pergamino sobre la mesa.
—¿Qué quieres decir con iengeniel Oby?
—Que quiero construir cosas grandes papá, muy grandes. Tan grandes como el árbol donde se posa el aura; quiero tocar el cielo, dominar las cascadas, inventar aero…
—¡De qué narices estas hablando muchacho! ¡¿Te volviste loco?! —Grito el padre golpeando la mesa con fuerza— ¡Ah ya sé! ¿Esto lo has leído en las historias de Onanoseque no es cierto?
-—Omanos, papá
-—¡No me importa como rayos se llamen! Tú eres casi un adulto y ya es tiempo de que pienses en el trabajo y en lo que te rodea. Deja esas tontas fantasías para los críos, Oby.
—Pero papá…
—¡Nada de “pero papá”, estoy harto de todo esto! te he visto embobado en esas cosas desde que eras niño y entonces, no era un problema. Pero has continuado con eso por años y yo sólo he mirado como cada vez estas más deschavetado. Usas ropas extrañas y haces dibujos de cosas raras en la guarida. A veces la gente me pregunta por qué sales por las noches y me da vergüenza que digan que mi hijo es un holgazán…
—¡Pero no es cierto papá! —al fin, Oby, había escuchado los suficientes desprecios de su padre— ¡No es cierto padre! ¡No estoy loco! ¡No soy un holgazán!

Y Jon se atemorizo al ver el coraje y la valentía con que su hijo se había levantado… Oby tenía lágrimas en los ojos

—¡He trabajado duro, más duro que los demás, trabajo por los días y trabajo por las noches! Salgo por las noches a inventar cosas porque yo tengo un sueño papá, y todas esas noches trabajo a obscuras para poder cumplirlo. ¡Nadie sabe quién soy! Y nadie quiere realmente saberlo.

Jon no dijo nada. Su sorpresa aún era mayúscula para ello.

—¿Quieres que deje los pergaminos? ¡Bien lo haré¡ pero ya estoy harto papá… estoy harto de que menosprecies lo que creo, de que finjas que te importa cuando sé que no. Yo no creo en lo que tú crees pero lo respeto, trato de cumplir con lo que esperas. Al menos trato de no defraudarte.

El padre suspiro profundamente y dijo:

—Sólo… sólo quiero que dejes de actuar como si no te gustara el lugar donde vives; que aprendas a apreciar lo que tienes, que dejes a un lado las cosas que no son, eso es todo lo que quiero.
—No papá, tú quieres que abandone.

Y él no respondió nada.

—Yo amo el lugar donde vivo y lo sabes, pero yo creo en un mundo diferente… maravilloso. Uno donde pueda tocar la pared por la noche y el día se haga en la guarida, donde pueda volar sobre yakinas espaciales y las alas de los colibríes no me golpeen la cara. Construir guaridas que toquen el cielo y viajar sobre momoviles en lugar de hormigas. Deseo conectar al mundo, escuchar los recitares de los búhos que están en el extremo púrpura del bosque. Hacer realidad la intermet para olvidarme de ver las caras de esos malagradecidos gnomos gruñones…

Oby seguía hablando. Continuaba relatando emocionado todas las “maravillas” que sólo él imaginaba, y que, por más que lo intentase, Jon no podía comprender. Ya no lo interrumpió. Por primera vez en la vida, lo escucho sonriente. Lo comprendió. Entendió en esa tarde que nada haría cambiar de opinión a su hijo, sus convicciones eran demasiado fuertes, sus sueños demasiado profundos. Esos cascos transparentes y trajes acolchados que usaba cuando niño no se le figuraban a un niño cualquiera, él decia que queria viajar a “la Luha”… Jon nunca supo donde quedaba eso, pero ese brillo especial nunca dejo de existir desde entonces en los ojos del chico. Hoy que escuchaba sus deseos y su esperanza de ser “iengeniel” con él decia, la furia desapareció. Oby jamás sería un mensajero sobre colibríes. Tal vez el muchacho estaba destinado a algo más grande, más inesperado. Quizá fallaría, pero lo único cierto para Jon, es que de la manera en que su hijo lo relataba, sólo una cosa lo mantenía alejado de ese mundo que soñaba… sólo esa cosa a la que Oby llamaba “tecnolokía”