domingo, 11 de octubre de 2009

Capitulo 1: El signo de los ocho (Estivanys)


IV
Estivanys

Esa noche, Vet no durmió.

Todo comenzó antes del anochecer, justo cuando la primera gran estrella se hallaba al final de su puesta. Vet, regresaba recién de su acostumbrado viaje por los campos de flores, y fue antes de llegar al enorme árbol partido en dos que tratara como trono, el momento en el que el señor del mundo emitió las primeras señales. No se sentó a esperar el sueño como acostumbraba, en lugar de ello, comenzó a susurrar extrañas frases de menor a mayor velocidad. Su paso se volvió lento, torpe hasta detenerse. Las frases continuaban mientras que su cuerpo comenzaba a tambalearse. Con sus enormes manos se cubrió el rostro en señal de una mayor perturbación; se mantenía recargado en el gran árbol a la vez que sus piernas parecían sostenerlo menos y sus maldiciones elevarse más. Al verlo, la extrañeza creció entre los pobladores que al instante, dejaron quehaceres y trabajos para observar intrigados qué sucedería a continuación. Sabían que dirigirse a él sería peligroso, mas al verlo, era evidente que su estado se deterioraba. Se quejaba con más frecuencia, con más euforia; su cuerpo decaía, el ambiente se llenaba de amenaza… con la mano derecha se apretó el pecho al grado de casi clavarse los dedos. Su respiración era entonces agitada, tanto, que sus desesperadas palabras se entrecortaban. Apretaba fuerte los dientes, elevaba los susurros a palabras y las palabras a visibles maldiciones; expresaba una presión que empujaba buscando la salida, haciendo sentir su frenético escape, amenazando con estallar…

¡Y estalló!

Vet explotó extendiendo los brazos y alzando su temible voz en un poderoso bramido que hizo temblar cielo y tierra por igual. Los oídos de las creaturas en Vey fueron torturados, mas aun aquello, apenas era el inicio. Vet comenzó a andar errática pero amenazadoramente agitando su cuerpo y brazos de tal manera que asemejaba a un torbellino. Sus facciones se mostraban encendidas. Sus pasos, demoledores. Y más allá de todo eso, su actitud, totalmente fuera de control. Pisaba, lanzaba o partía cualquier cosa sin contemplación. Las indefensas creaturas huyeron ante tal muestra de despotismo; el extraño que nadie había invitado estaba con simplemente la fuerza de sus brazos, destruyendo sin piedad todo lo que ellos habían construido con trabajo y dedicación. Moradas de redondas azoteas se hacían añicos con una facilidad que aterraba. Negocios y parques sufrían también el enloquecimiento. En un simple manoteo, en un simple braceo, piedra, árboles, follaje; juegos, herramientas y muebles se reducían a miserables escombros mientras el señor del mundo continuaba andando aquí y allá con su mecánica frenética, golpeando igual que maldiciendo con cada vez más intensidad.

Entonces cayó la noche.

La suya parecía furia, pero si se le mirase, si realmente se le observase, lo suyo se convertía en negación. Una violenta negación ante un dolor insoportable… mas los morps no tenían la oportunidad de observar. El fuego en los hornos de sus panaderías encendió un escenario ya de por si desquiciado. La paja comenzó a arder iluminando el horror en las caras de los pobladores, horror de perderlo todo sin poder hacer nada. Pero a Vet no le preocupaba esta destrucción, su demoledora danza continuaba al ritmo de las brasas cual si con ellas se avivara su interna intensidad. Toda la foresta alrededor del valle estaba ardiendo también; arbustos, abetos, ramas, hojas; la basta fauna del mismo modo, grandes o chicas, las creaturas del valle se apresuraron a hallar un lugar seguro… pero no todas lo lograron, convirtiendo la tierra en una plancha de cenizas aun de rojos vivos. Sangre y fuego pintaron Vey en aquella tercera noche.


*****


Mientras tanto, lejos y al norte de Vey, una tormenta helada azotó las siempre calidas arenas de Taren. Toda la noche fue revolucionada por arenas blancas que se arriaban al ritmo del viento furioso. Sin duda se trataba de un mensaje lejano… un mensaje para el único morador que podía entenderlo en el corazón del desierto.

Enterrado nuevamente por si mismo, Anatahar fue sacudido por algo de lo que no comprendía la naturaleza. Algo más allá de la fría tormenta, algo profundo… una opresión en el pecho. Es cierto que se estremeció, y por un momento, el cielo volvió a tornarse violeta aderezado con blanco mientras remolinos enormes devastaban las dunas. Pero fue sólo por un instante, el breve lapso en el que Anathar abrió los ojos. Fuese lo que fuese que le oprimiera el pecho, no era lo suficientemente poderoso como para hacerle levantar de su preparado letargo. Aquello se volvería una pregunta añadida a la lista de su próxima búsqueda… para su mente no existía nada más que tres motivos, y sólo por ellos, se alzaría de nuevo: alguien debe saber, a alguien debo encontrar… y alguien va a pagar.

Pero no esa noche, aun no.

Y sus ojos se cerraron de nuevo.


*****


La segunda gran estrella del cielo comenzaba a traer los primeros destellos de luz matutina al naranjado bosque de Nur, cuando el sonido dulce de una voz transportó por el aire la caricia de los buenos días. Era una voz fina, confortante, melódica. Incluso las mismísimas aves que trinaban al amanecer celebrando el día, celebraron aquella melodía tan hermosa con su silencio. Provenía del corazón naranja de Nur, donde cuatro árboles se alzaban enormes muy por encima de todos los demás. Los sabios bibis, moradores en lo profundo de la tierra, decían que esos cuatro árboles estaban allí desde el nacimiento del mundo. Simbolizaban que no hay poder más grande que el de la naturaleza, pero además, que el exótico color de Nur emanaba de la primera semilla que fuese plantada bajo una enorme luna naranja.

Bibis y fantasmas por igual se deleitaron con el llamado. Los primeros, recibieron la canción penetrando las entrañas del bosque, cerraron los ojos y abrieron su imaginación para encontrarse con vivas fantasías, los segundos, convirtiéndose en viento, se empaparon de la esencia misma de tan bella música matinal.

Ese amanecer fue superior a lo conocido como mágico. Los ríos que bañaban las raíces de los cuatro árboles se hicieron rosados y sus peces naranjas; el cielo se tornó en una hermosa aurora boreal al tono de la voz que parecía moldear los colores y las formas en lo alto. Un agradable calor llenaba el ambiente así como los corazones de plantas y animales por igual. Las rocas se desprendían de sus almas para danzar con el viento, las exóticas flores abrieron perfumándolo todo en ofrenda; la vida despertó al tono de una tierna voz que citaba así:


Eg veit eit sted oppe i mellan asen

Kor masene mjuk og trea kaster skugge

Eg veit ein gut, den stautaste ta alle

Auge ljose i morkret, "Vil du staden sja?"

Eg ventar til dagen er omme for eg til staden fer

Set meg ned pa hella, tru om han kjem?

Eg vert so varm, kjenner kor hjartet banker

Kom, kom hit hja meg, ta meg i den favn


Narraba una historia tan vieja como los más viejos bibis. Todos ellos demasiado longevos al punto de acariciar la inmortalidad, mas al final, mortales como todo lo que existía. Los fantasmas eran la segunda vida de los bibis, que estaba consagrada a velar por el bosque desde la superficie. Y aunque fantasmas, sus corazones aun ardían con las más puras pasiones que conocieran en vida.

Sab, poeta entre los bibis del pueblo en medio de las montañas donde nace Nur, era uno de aquellos quienes en vida conociera lo fuerte de estas pasiones. Le recitaba a las raíces de la fauna joven consintiendo su crecimiento y otorgándoles hermosas formas cual hermosas eran sus versos. En su muerte, los árboles del borde sur de Nur lloraron tan profundamente que sus ramas jamás se levantaron formando así, el ala de las lágrimas naranjas, una porción del bosque en la que sólo existían sauces llorones.

Ahora, en su segunda vida, se le concedería el honor de velar por los cuatro grandes árboles del corazón del bosque. Así entonces, él sería el primero en escuchar la dulce voz de aquella mañana. Rápido se dirigió embelesado al lugar de donde la voz manaba: la cara sur de los cuatro colosos. Lo que halló entonces estremeció esos ojos que brillaban en la oscuridad… el alma del bosque dentro del tronco del árbol. Ella, continuaba entonando su deliciosa melodía mientras Sab le contemplaba con fascinación. Al sentirse observada, su voz fue perdiendo volumen, mas el aire estaba ya repleto de la melodía, continuando así el fantástico espectáculo.

—Hermoso —alabó él, haciendo una reverencia en el acto— más que hermoso ¡sublime! —clavando sus brillantes ojos en el espíritu— Jamás imagine que sería así.

Y el espíritu exhaló alegría, un aroma que expresaba agradecimiento, ya que no poseía labios para sonreír.

—Ellos… nosotros… ¡yo! —titubeando de la emoción—, yo le he esperado toda mi vida anterior y toda esta. Mis versos le han alabado en cada línea, cada día, esperando el momento en que al fin pudiese escuchar su bello canto.

Entonces, hizo una pausa para contener su emoción y presentarse con mayor formalidad.

—Mi nombre es Sab, fantasma guardián del corazón de Nur, y en mi vida anterior, bibi trovador de raíces.

—Un bibi… —respondió una poderosa pero encantadora voz que manaba del interior del árbol— reverven, mi nombre es Estivanys, céfiro austral. Soy el alma, soy la vida de este bosque.

—Lo sé —dijo aun conteniendo la emoción— he contado su historia a las verdes semillas, celebrado su obra en forma de canciones en cada amanecer.

—Mi obra...

—Sí, los ríos, los peces, las nobles bestias, los bellos atardeceres. Todo lo que existe en este bosque, existe gracias a tu sacrificio.

—¿Sacrificio? —exclamó frunciendo el ceño y liberando un aroma cavernoso

Pero Sab no le escuchó. Todavía se encontraba embelesado en su propia alabanza aún sin terminar.

—A esa mítica batalla… —e hizo una pausa para volver a concentrarse en ella— seguro el bosque estará muy feliz de verle, gran señora. Y más felices estarán de saber que ya nada impedirá que se quede con nosotros.

—¿Quedarme?

—¡Sí, sí! —ya sin contener su emoción— Todos le cuidaremos. Bibis y fantasmas. Las aves y los jaguares también ¡todos, todos se pondrán tan felices!

—¡Espera! —ordenó ella, liberando un fuerte aroma dulzón— ¿quedarme? ¿Qué quieres decir?

A Sab le confundió esa pregunta.

—Pues… —pensando un segundo en las justas palabras—a volver a su trono en Nur. Gobernar. Usted es el alma, la vida del bosque y hemos esperado su despertar desde el inicio de los tiempos.

—Lo soy… pero no puedo quedarme. No quiero, no aun.

Aquello fue un mazazo, una cubetada de agua fría que dejó helado al fantasma. Su emoción se desvaneció en un instante y ya no supo que contestar.

—Quiero liberarme una vez más. Andar de nuevo, viajar. Quiero irme a ver cómo es el mundo. He estado aquí dormida por mucho tiempo y ahora quiero ver si este mundo es como lo que he visto en mis sueños.

—Pero… pero… usted… —y desvió su mirada al suelo— usted no puede hacer eso.

Dichas palabras detuvieron el espectáculo.

—¿Que no puedo hacerlo?... ¡¡Que quieres decir con que no puedo?! —respondió molesta.

—Es que… u-usted —vacilando ante la amenaza de enfurecer más al espíritu— no puede…

—¡¿Cómo te atreves a desafiar mi voluntad?! —interrumpió con más euforia— ¡Ese es mi deseo y así ha de cumplirse! ¿Quién eres tú para prohibirlo?

El fantasma no contestó. Se hallaba demasiado aturdido a la vez que intimidado ante tal reacción. El espíritu tampoco dijo nada más, en lugar de ello, comenzó a luchar por liberarse del árbol. Forcejeaba con enorme ímpetu haciendo crujir la madera. Sacudía su cuerpo arremetiendo hacia un lado y hacia otro en busca de debilitar la prisión. Por unos fugaces instantes, su enorme ser parecía separase del macizo. La mitad superior de su cuerpo ya sobresalía del resto del árbol mientras ella se quejaba en medio de esfuerzos visiblemente grandes. Pero su fugaz éxito se desvaneció. El intento llegó a un punto donde, aunque aplicaba una fuerza brutal, sus intentos eran totalmente vanos. Su cuerpo se desprendía cada vez menos y sus propias arremetidas en lugar de liberarla, le rasgaban lo que ya estaba libre. Comenzó a gemir. Su voz otrora encantadora, se tornó amarga, y el aroma que desprendió entonces fue amargo también. El enraizamiento con el tronco era demasiado fuerte, incluso más fuerte que ella misma. Podía saberse que además del dolor propio de jalar desesperadamente su cuerpo atorado, estaba compartiendo el dolor del árbol al ser desprendido de una parte de si. El martirio fue demasiado y ella se detuvo entonces.

Pero el sufrimiento no terminó cuando hubo cesado en su intento

El espíritu del bosque continuaba doliéndose amargamente al punto de gritar de dolor. Las heridas estaban expuestas, las astillas clavándose crueles en ellas. Sus gritos eran la otra cara del encantador canto: tortuosos, penetrantes, corrosivos… Sab se doblegó al instante porque dichos gritos le rasgaban los sentidos. Los ojos bellos del espíritu manaron lágrimas verdes que completaban el cuadro de sufrimiento que atravesaba. En una parte lateral a ella, una gran rama nació del árbol.

—¡Ayúdame! —clamó entonces al fantasma clavando sus ojos llenos de lagrimas en él— ¡Ayúdame!

Pero Sab todavía se hallaba retorciéndose incapaz de controlar su propia agonía.

—¡Por favor ayúdame!—grito desgarradoramente.

Al momento, los ojos, el cuerpo del espíritu, se iluminaron con una poderosa energía naranja símbolo de que su fuerza se estaba desatando en busca del alivio. La rama que había surgido buscó rápidamente a Sab, y cuando le alcanzo, la energía que emanaba del tormento del espíritu corrió por dentro del fantasma como una letal carga eléctrica. Al inundarse de dicho poder, Sab adquirió un brillo aun más intenso que el del espíritu y al mismo tiempo, una tortura mayor a la de ella. La sangre, las heridas, la desesperada lucha y la quemante energía fluyeron heredadas hacia el poeta.

Sab soportó la carga por un tiempo que se antojó infinito, mas al final, su cuerpo y la misma conexión no pudieron ser sostenidas rompiéndose de golpe, lanzándolo violentamente hacia atrás.

El silencio se hizo de nuevo en Nur.

La luz naranja cesó. El espíritu se hallaba con el cuerpo decaído, sus ojos cerrados y toda ella goteando un líquido verde al suelo. De entre los árboles por los que fuese despedido, una figura volvió a aproximarse a Estivanys, silenciosa. Sab apareció con gran firmeza en su porte. Inclusive fuerza. Una vez que estuvo frente a ella, comenzó a recitar en voz alta:

—“Sucedió que en el principio de los tiempos, la gran bestia llamada Anahad, retó a los cuatro grandes espíritus del universo. La bestia era poderosa y su hambre infinita. Nada crecía de la tierra sin que este horrible ser lo devorase inmediatamente. Nada estaba a salvo, nada lo detenía…”

—Bibi… ayúdame —suplicó ella ya sin fuerza en su dulce voz

—“…entonces, los cuatro grandes espíritus convocaron a Estivanys; una bella presencia de noble corazón y gran valentía…”

—Por favor —volvió a suplicar levantando su mirada llena de dolor

—…¡pero ni aun ella poseía el poder suficiente para derrotar a la feroz creatura! —elevando su voz ahora rebosante de violencia— ¡Así, decidió cargar de frente contra Anahad, y éste la devoró de un solo bocado! …mas ella no moriría…”

—Sab…

—“…su ser se había imbuido de una energía que era capaz de matar a la bestia desde dentro. ¡Entonces, con toda la fuerza de su corazón, Estivanys hizo estallar su propio cuerpo a fin de despedazar el de Anahad!.. Y así sucedió.”

Dicho esto, los ojos del fantasma volvieron a brillar como otrora, sin embargo, esta vez, estaban llenos de un fulgor verde.

—“Los cuatro espíritus, en deuda eterna por aquel noble sacrificio, buscaron el único fragmento que había quedado del cuerpo de Estivanys. Le convirtieron en semilla y le dieron el don de liberar un sonido que agasajaría a todo aquello que le escuchara. Ella sería el alma, la vida de un nuevo mundo. Todo florecería a partir de su canto.

Esto sucedió al principio de los tiempos…”

—A-ayúdame.

Mas el fantasma parecía ajeno a toda suplica del espíritu. El cuerpo de Sab se encendió con tal furia que, en ese momento, dejó de ser un fantasma para convertirse en un ardiente fuego verde.

—Dangtha´re-Re´O-jin —comenzó a conjurar él.

—Bi-bibi —extendiendo débilmente una vez más la rama.

—Dangtha´re-Re´O-jin —repitió con más fuerza—¡Dangtha´re-Re´O-jin! ¡DANGTHA´RE-RE´O-JIN!

Entonces el conjuro liberó un fuego verde que cerró todas las heridas del espíritu, pero a la vez, le empujaba de nuevo hacia el interior de la prisión. Dicho conjuro era violento, oscuro. Al ser atacado con él, Estivanys ardió experimentando un dolor mayor que el que sintiera al buscar liberarse. Al instante dejó escapar un grito tan desgarrador, que hizo retorcerse a toda aquella creatura que existía en el bosque de Nur. El viento se convirtió en corrientes de navajas; punzantes armas que recorrieron el bosque rebanando carne, madera o maleza sin piedad. La filosa tormenta también se transportaba por el agua ejecutando a la vida marina de la misma manera.

Aquello se había convertido en un escenario de brutalidad y sonidos agonizantes. La dama continuaba gritando con un ahínco cada vez mayor mientras las creaturas que aun vivas y conscientes, rogaban por ya no seguir conscientes o quedar vivas.

Cuando todo terminó, Nur volvió a estar en silencio… pero en total caos. Sus bellos árboles naranjas estaban destrozados o derribados. Sus animales heridos o agonizantes… en el mejor de los casos, muertos. Los ríos antes rosados, ahora fluían de carmesí con olor a muerte.

Estivanys ya sin fuerzas, se miró con horror al descubrir que su cuerpo volvía a estar arraigado al árbol, pero además, que una poderosa energía le aprisionaba con mayor potencia que antes. También un oscuro orbe se había formado descansando en la rama del costado tras pasar el cataclismo.

—¿Qué has hecho? —preguntó ella al mirar el propio y todo el horror que había desatado.

La poderosa llama enfocó su vista hacia este orbe, hacia el símbolo que estaba dibujado en él, y respondió:

“He salvado el bosque.”


sábado, 19 de septiembre de 2009

Capitulo 1: El signo de los ocho (Devendor)

III
Devendor

Estábamos muy nerviosos esa mañana… o al menos yo lo estaba. Con miedo debo admitir también chisk, éramos como gladiadores antes de saltar a la arena llena de bestias feroces y sin armas ni armadura. Éramos unos cachorros todavía, pero no cabían las excusas ni el miedo para él.
La tierra estaba húmeda y su olor me confortaba un poco, había llovido toda la noche anterior pero aunque hubiese charcos, lagos o lagunas, a Chake no le importaría eso. A nadie en la tribu le importaría eso chisk.
Nuestro momento sería ese.
“No deberíamos estar haciendo esto, Chake… no aun” le dije y él no dijo nada, sólo se giro para mirarme cargado de más de la ferocidad que jamás yo podría tener… no necesitaba decir más. Continuamos.
Dentro de la tribu Hilaya del este, únicamente se les permitían las armas a los Jilaá que de verdad probaran ser dignos de blandirla. Mientras, no cargábamos nada más que los adornos rituales: collares de esferas azules y verdes acompañados de los colmillos que se hubiesen conseguido con honor; muñequeras tejidas de espinas marrón que se tornaban en las puntas del color de nuestra sangre; tobilleras con plumas así como simplemente unos adornados calzones de cuero…
Al abismo del valor, allí es a donde nos dirigíamos chisk secretamente Chake, Peck, Mulkan y yo con la tarea de conseguir una escama del poderoso U´Etroque, el monstruo sagrado del fuego dentro de la penumbra. Sin armas, sin trampas, sin trucos… simplemente el poder del Jilaá chisk así como la bendición de los dioses que yo dudaba que obraran aún dentro de la oscuridad.
Conocíamos bien el camino en medio de la espesa selva azul de Quext´Man. Se debía seguir el camino de las piedras coloradas y negras, rodeadas siempre de maleza, hierbajos espinosos y el cantar de las exóticas aves con plumas camaleónicas hasta llegar al corazón de la misteriosa oscuridad. Allí donde las hojas ya no son más azules sino negras con algunos tintes grises. Las bestias acechaban escondidas entre esa espesa maleza o en lo alto de árboles selváticos en todo momento. Las lianas se fusionaban con serpientes, mas era la sabiduría del Jilaá escuchar a la tierra para advertir el peligro.
Si todo salía bien, la senda nos llevaría chisk a la cueva en lo profundo de la selva, donde el sol ya no alumbra y donde Este y Oeste, se enfrentan por la entrada hacia U´Étroque.
Peck siempre hablaba mucho, pero en esa ocasión, desde que salimos de la aldea, no dijo palabra alguna. Ninguno la dijo. Íbamos marchando a pie cuidando de no perturbar la naturaleza antes de tiempo. Debíamos estar concentrados, enfocados, al igual que sintonizados con los elementos. Ellos eran nuestra única arma.
Yo quería ser un gran Jilaá tanto como cualquiera de los otros pero no había entre nosotros alguien con mayor coraje que Chake; uno a uno nos venció dentro del círculo de los chamanes con todo el honor que un Hilaya podía obtener en una pelea justa. Sus puños se sintieron de roca cada vez que arremetía contra mi… me costaron dos colmillos que ahora cuelgan de su collar; esas garras suyas igualaban a las navajas sagradas del legendario Chalchicue; la franja de pelambre que recorría su espalda hasta terminar en la cola superaba en brillo y tamaño al de todos nosotros juntos, más roja que marrón. Jamás mostraba miedo o duda en el combate chisk, las facciones caninas de todo Hilaya, en él asemejaban a un lobo en lugar de uno de su especie.
De muchas maneras, me alegraba ir hombro con hombro, pata con pata, recorriendo la selva con él, mas aun con eso sabía que estábamos violando el tiempo de la tradición Jilaá. También sabía que Chake repetiría la prueba en el momento debido, ya que él estaba allí únicamente por nosotros. Ninguno se lo pidió, sin embargo, su corazón era igual de grande que su coraje y fue por ello que nos remolcó a lo profundo de la oscuridad.
Los Jilaá del oeste probaron estar fuera de nuestro alcance dentro del círculo de los chamanes, sólo nuestros líderes espirituales tenían derecho a presenciar así como honrar esas batallas dentro de la tribu opuesta. El padre de Chake era uno de ellos. Le advirtió que llegado el momento, los jóvenes Jilaá del este quizá no tendrían oportunidad fuera de la morada de U´Etroque… Chake, consciente de aquella realidad, tomó tal vez la única oportunidad, nuestra única oportunidad de alcanzar la preciada escama…
Poco a poco lo verde a nuestro alrededor fue menguando para dar paso paulatinamente a una oscura maleza de tintes siniestros. El camino se hacía más rocoso, con ramas quebradas o espinas rasgando nuestras patas, no podría asegurar que eran; los árboles lucían tan retorcidos como colgantes eran sus ramas y hojas. Frío, siempre frío chisk se sentía en ese ambiente; apenas podían distinguirse las formas de los tristes árboles así como de las perversas creaturas que de ellos hacían su hogar. Sus ojos brillantes de amarillo y carmesí los delataban en el acecho. La voz de los elementos también se hacía cada vez más débil al punto de ser opacada por graznidos y el amenazante sonido de patas así como garras moviéndose a nuestro alrededor. La oscuridad poseía un olor fuerte, penetrante a hierba muerta, a carne descompuesta… el aire transportaba la amenaza.
Tenía entonces miedo de verdad.
De las historias que los Jilaá veteranos contaban acerca de U´Etroque, ninguna describía un escenario tranquilo, menos ameno. Describían a un ser que podía sentir a todo aquel que osaba pisar su morada y que rugía ferozmente, a veces, su rugir llevaba consigo el fuego sagrado del que estaba envuelto, chisk iluminando la penumbra, descubriendo horribles creaturas a punto de atacar. Incluso antes de ello, contaban que en ocasiones la lucha entre este y oeste se volvía una carnicería rodeada de gritos de guerra, fieras atacando a los Jilaá cobardemente, los elementos actuando a la voz de los guerreros y los bramidos aterradores de U´Etroque.
Que había ocasiones en que de los doce que se enfrentaban allí, sólo uno había regresado… a veces ninguno.
Pero nosotros ya estábamos allí chisk-chisk, a unos cuantos pasos de la entrada al abismo. Del temor de que en el enfrentamiento ritual con el oeste no sobreviviéramos, ya me había olvidado, ahora era el monstruo de fuego lo que me hacia dudar de nuestro atrevimiento.
¡Y entonces la bestia rugió! Nunca había escuchado bramar a U´Etroque en mi vida, mas aquella demostración estaba por encima de la más ambiciosa idea que yo hubiera tendido de él. Lo hizo una vez y otra vez más. Rugió y rugió con una fuerza siempre creciente cada vez cual si toda su ira estuviese siendo desatada dentro de la cueva. Nos quedamos helados. Nos hallábamos parados chisk uno tras otro, primero Chake, luego Mulkan, detrás de él me hallaba yo y detrás mío, Peck. Trate de pronunciar algo, convencerlos de que todavía los cachorros no estaban listos para enfrentar a la bestia, mas aunque quise, no pude… fuego salió expulsado brutalmente desde el fondo del abismo en una enorme demostración de poder… o de algo más. Dicha ráfaga nos lanzó a los cuatro hacia no muy lejos de la entrada, pero si muy fuerte. Gracias a un milagroso acto reflejo giramos lanzándonos pecho tierra para esquivar el poder de las llamas que ante nuestros ojos, estaban consumiendo lo negro del bosque. Las arañas e insectos gigantes se retorcían con la luz así como con las brasas que las hacían volverse bolas tostadas de carne; los fieras chillaban corriendo tan rápido como les era posible, desesperadas por sentir su pelambre o piel incendiándose. Se arrastraban frenéticamente buscando apagar el fuego tallando sus cuerpos contra la negra tierra, el alivio a la tortura ardiente chisk. Aquello era un caos. El movimiento, la desesperación, la destrucción. No era nada parecido a las guerras rituales con los elementos como armas ni al U´Etroque que contaban los veteranos Jilaá. Esto era algo sin precedentes… una oscuridad que rebasaba aquella en la que se guarnecía la bestia sagrada.
Entonces pude ver algo sobrenatural, intenso, tan vehemente como sólo podría verlo allí, en los ojos de Chake. Era un deseo de ir allí dentro y enfrentar con toda su violencia a cualquier cosa que poseyera tal capacidad destructiva. Se le miraba ansioso, emocionado, maravillado… nada detendría, eso era seguro… excepto y por tan solo unos instantes, una enorme bestia de escamas negras rojizas saliendo de la guarida; su porte era sin duda escalofriante, su cuerpo se asemejaba al de los grandes lagartos del pantano al sur de Hilaya; sus fauces, repletas de afilados dientes que dejaban escapar entre uno y uno el fuego que seguro era su aliento; pesado, tan pesado como para hacer temblar el suelo a cada uno de sus pasos y dejar profundas marcas en el mismo acto; su escamado pero también espinoso cuerpo se encontraba envuelto por un fuego ya muy tenue que apenas se mantenía en ciertas partes de su ser. No poseía brazos ni alas pero estoy seguro que la mismísima bestia hubiera deseado tenerlas en ese momento… para arrastrarse… para volar…
Y entonces cayó.
Sus pasos aunque pesados, se miraban ya débiles al igual que el fuego que se apagó al momento de caer cuan grande era.
La estupefacción chisk dio paso a las preguntas ¿Acaso ese era el gran U´Etroque de la leyenda? y si así podía ser ¿Qué había en la guarida esperando a cuatro aspirantes a Jilaá?
Quise desertar ante lo intimidante de las respuestas, pero lo cierto allí era que Chake estaba porque nosotros estábamos. Abandonarlo contra lo que fuese que hubiera, no fue una opción entonces. Él se incorporó tan rápido como intenso fue su deseo de penetrar al abismo, nosotros torpemente le seguimos esquivando en la carrera a desgraciadas bestias de la oscuridad retorciéndose. Chake ya había se había internado para cuando nosotros apenas alcanzábamos la entrada. Quisimos entrar lentamente, con cuidado, pero no había tiempo para eso, la euforia del hijo del chaman era ya la nuestra aunque no quisiéramos.
Tal cual nos lo contaran, ese abismo era de una negrura total, sólo el fuego de U´Etroque podría iluminar el camino hacia el destino del Jilaá… pero quizá ya no había un U´Etroque allí dentro. En su lugar, existía un frío que calaba hasta los huesos, un olor a sangre penétrate así como un fresco olor a metal… podía imaginar entonces que las armas habían chocado dentro y su esencia persistía aun como prueba de la mortal batalla. El suelo estaba lleno de una sustancia algo resbalosa, las paredes de la cueva también. Debía tratarse de la sangre del monstruo vencido que seguramente iba chocando en medio de su agonía. Aun con todo y esa sangre chisk, anduvimos unos pasos apresurados pero seguros hasta encontrarnos al fin con Chake en lo que pensamos que se trataba del final del cueva
Pero nos equivocamos de nuevo chisk.
Chake se detuvo allí porque hasta allí llegaba el rastro de algo diferente a la bestia con escamas rojinegras. No se podía ver nada pero también lo percibimos con el olfato. Según este, delante de nosotros se hallaba lo que como guerreros elegidos de la aldea de Hilaya, estábamos buscando vencer. Sentíamos su movimiento, su respirar agitado, su furia al sabernos delante suyo. Aunque tenue, la voz de los elementos llamaba, pero en lugar de llamarnos a las armas, nos llamaba a largarnos de ese lugar tan rápido como fuese posible. Sin embargo, Chake se volvió sordo a esa llamada…
De pronto, algo que portaba nuestro oponente brilló lo suficiente para iluminar su faz. Era horrenda. Totalmente ovalada y de fauces llenas de afilados colmillos que sonrieron al vernos. Sus ojos eran pequeños pero siniestros, no poseía nariz y al parecer tampoco cuello. El color de su piel arrugada se distinguía verde, pero de un verde fuerte así como oscuro que asimilaba a las aguas malolientes de las ciénagas prohibidas. En ese momento no pudimos ver sus extremidades, sino sólo la punta del objeto brillante que portaba; parecía una vara de los árboles oscuros que crecían afuera, torcida y de silueta siniestra.
Escuche entonces el gruñido de Chake al ser retado por aquella sonrisa, nuestro líder estaba a punto de rugir como símbolo del comienzo… mas algo lo detenía.
Sorpresivamente —Inclusive para mi—, ese algo no me detuvo. Cargue al momento levantando mis garras calculando el lugar donde podría estar su pecho. La luz revelaba que el monstruo nos rebasaba en altura por un cuerpo, empero, un verdadero Jilaá jamás se amedrentaría por el tamaño. Rugí en medio del sorpresivo ataque buscando intimidar al enemigo, mas no fue así; él cargó al momento en respuesta tirandome un golpe que jamás supe de donde vino. Salí disparado hacia atrás víctima del tremendo poder que nuestro oponente poseía. Tosi. El golpe me impactó de lleno en el pecho sacándome el aire y llenando mi respiración de sangre. Tres gritos de guerra se escucharon al unísono entonces, Chake y los otros se llenaron de furia al mirarme volar cual muñeco de vudú. El impacto debía ser más chisk poderoso de lo que creía ya que la vista se me estaba nublando de a poco, no se trataba de un opaco gris sino que mi vista y conciencia menguaban al tono del rojo de mi sangre. Miraba en lapsos la batalla siguiendo la escena que la luz del objeto iluminara. En una de ellas, mire a Chake trepado en la espalda con sus filosas garras clavadas en el pecho del monstruo y sus colmillos hundidos por encima del ojo izquierdo. En otra vi a Peck lanzando frenéticos zarpazos al cuerpo de su oponente en una ofensiva totalmente frontal. Enseguida observe a Mulkan salir disparado a la misma manera que yo contra la pared que se hallaba al frente mío. Su grito fue desgarrador. Seguro el impacto le habría chisk roto la espalda a juzgar por el tremendo crujido de huesos que se escuchó al impacto. Mientras los gritos feroces continuaban por parte de los tres que aun estaban en pie luchando en medio de la oscuridad. El olor se transformó en una laguna de sangre y sudor penetrantes que a la vez supuraban violencia. Mucha de esa laguna estaba llena de lo nuestro pero de la creatura también había gran cantidad. Yo escuchaba y olía todo, a cada momento esos sonidos de furia me enardecían con más ímpetu obligándome a ponerme de pie y saciar mi sed de venganza, a empaparme de esa laguna de sangre que casi podía saborearse. El movimiento de la batalla se sentía frenético; nadie daba tregua así como nadie la concedía. Trate de incorpórame pero solo conseguí casi ahogarme con mi propia sangre.
Entonces la luz reveló el cuerpo disparado de Peck a unos cuantos pasos de donde yacía yo. Su chillido fue amargo, sabia que también el monstruo lo había despedazado como a Mulkan y a mi. Su cuerpo despedía la mayor concentración de sangre al igual que de miedo de los que estábamos en ese lugar. Escuchaba claramente como se retorcía, como se arrastraba tratando quizá de huir de la muerte. Debía tener las piernas o las patas desechas. Quizá ambas.
Mientras, la batalla se acercaba al clímax. El fuerte olor a metal se hizo presente con mayor intensidad; la punta de luz que iluminaba el escenario de pronto se tornó verde oscura y un calor sofocante lleno el espacio donde estábamos. Chake profirió el bramido más feroz que le había conocido hasta entonces. Su cuerpo fue impactado en el costado izquierdo por la intensa punta verde haciéndolo caer. La punta se elevó iluminando una expresión de satisfacción, de sonrisa siniestra al saber que estaba a punto de la victoria; y luego bajo rápidamente para terminar de un golpe con todo… pero no halló el cuerpo de un desvalido guerrero. Lo que halló fue una pared de piedra que lo envolvía. Chake estaba mostrándole a su oponente cuál era la verdadera fuerza del Jilaá: la fuerza de los elementos. La piedra se tornó incandescente y al momento Chake se rehízo impactando con la envoltura rocosa de su cuerpo el centro de su oponente. Entonces este soltó el arma y aquella fue su perdición. La batalla se desarrolló en la espesa oscuridad de la que solo se escuchaban los gritos desesperados de la creatura y la furia en cada impacto por parte de Chake. Una y otra vez la carne sonó secamente violentada por piedra y guerrero. En un momento de la cruel contienda, los sonidos dejaron de producirse. Únicamente unos pasos que anduvieron lentos inundaron con suspenso la atmosfera. La punta brillante fue recogida del suelo y volvió a alzarse, mas esta vez, mostraron la expresión del Jilaá con las fauces cubiertas de sangre, los ojos poseídos de violencia así como el pelaje fusionado con la roca. Bajó con toda la fuerza de la venganza e incluso yo pude saborear ese momento cuando la luz penetró de lleno el cuerpo del monstruo haciendo de nuevo la oscuridad absoluta… la oscuridad que precedía a la muerte.
Chake rugió ferozmente al saber a su insólito enemigo ya sin vida. Pero aquel sonido no fue producido únicamente por ello sino también por dolor; la espalda del Jilaá brilló intensamente iluminando toda la cueva con un resplandor verde oscuro al morir la bestia. Pude ver los cuerpos de mis compañeros tendidos y solamente en ese efímero instante, aquello que había hecho dudar a Chake fue claro para mí: vernos caer… Mulkan no lo había logrado. Además de ver su cuerpo, ya había dejado de respirar incluso antes de la ejecución del monstruo; Peck estaba vivo pero inconsciente, respiraba, solo entonces pude ver que todas sus extremidades estaban rotas en ángulos totalmente fuera de lo normal e incluso con los huesos expuestos en algunos lugares.
A Chake se le dibujó una silueta en la espalda que consumió toda la luz que otrora despidiera. Y ese signo así como ese feroz sonido, fueron lo último que pude soportar consciente.
El dolor me hizo desmayar.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Capitulo 1: El signo de los ocho (Anathar)

II
Anathar

La llamada estaba hecha.


—¿Sentiste eso?— preguntó él mientras arreaba su gran tortuga del desierto.
—¿Sentir qué?— replicó despreocupado el otro, sin dejar de mirar al frente.
—El suelo…—y él se detuvo de golpe halando la gran correa de mando del aparejo— se está moviendo
—¿Por qué te detienes ahora, Fou?
—Espera, algo está mal… —la pausa y el silencio que se hicieron entonces parecieron eternos— mira el cielo.
—El suelo, el cielo —refunfuñó el tipo gordo sin siquiera levantar la vista o tomar en serio las palabras de su compañero, y todavía sin detenerse—. No sé qué te sucede últimamente, Fou, pero desde que salimos de la posada has estado muy raro. No dejas de hablar acerca de que algo esta mal —mas su mirada aun seguía despreocupada enfocada al frente—. Todo para ti es “extraño”, aquí y allá, te estás volviendo paranoico. Escucha, tenemos una carga de harina que no llegará a Tarin si tu continuas allí estacionado. Al suelo no le pasa nada, es sólo arena —se detuvo entonces para bajarse de la gran tortuga y tomar un puñado del suelo— ¿ves? Simple arena. En cuanto el cielo —suspiro volviéndose con la intención de otra vez montar—, es cielo de noche, nada más que eso. Anda, vamos de una buena vez.

Pero su compañero seguía estático con la mirada fija en las alturas.
—Fou… Fou… ¡Fou!—mas ni el grito parecía quitarle el embelesamiento—¡Con mil condenados rayos, Fou… —y justo dispuesto estaba en ese momento a ir a abofetear a su compañero cuando por mero reflejo, levantó la vista— ¡Oh madre bendita!
Entonces lo que vio desvaneció todo rastro de furia.
En el cielo, las nubes se arremolinaban rápidas hacia un ojo de huracán totalmente oscuro, más oscuro aun que la misma noche; pero eso no era todo, incluso en aquel mundo tan fantástico, incluso allí en las exóticas arenas de Taren, jamás la nubes habían sido tan violetas como en esa noche frente a los dos arrieros. Violeta con blanco a plena noche.
El frio que se sintió a la sazón tampoco era natural.
Aquella noche daría paso a un evento inolvidable para los dos, pero eso no era un buen augurio. Fou, había tenido razón en la posada al advertirle a Hin que sería peligroso salir de noche a cruzar el desierto, pero sobretodo seria peligroso salir esa noche a cruzar el desierto.
Unas gotas finas cual rocío venido del cielo comenzaron a humedecerlos, pero ellos ya ni lo percibieron; tal era el espectáculo del espiral en lo alto que, tampoco se dieron cuenta de que dicho rocío poseía un color dorado igual de único. Poco a poco sus rostros y ropajes se fueron tiñendo de amarillo hasta que al final, resplandecían tal como bombillas encendidas dentro de un cuarto oscuro
En Taren jamás llovía. Menos aún gotas de color dorado venidas de una nube violeta con blanco… cierto es que llovió en todo el mundo toda la noche aquella noche, empero, en ningún lugar las nubes formaban ojos de huracán ni menos se tornaron de colores surrealistas precipitando gotas de color. Eso era excepcional.
Así entonces, lloviendo de esta manera, pasó la primera noche.
Al día siguiente dos tortugas gigantes de metro y medio de alto por dos metros y medio de largo, se presentaron a las orillas del pequeño poblado minero de Tarin, ambas, arreadas por alguien que no se parecía a los habituales Fou y el gordo Hin. Este ser que halaba del ronzal a ambas bestias, era mucho más grande, quizá de la altura de ambas tortugas encimadas; delgado y de amplia cabellera casi tan azul como el tono de su piel. Su vestimenta era la propia de los viajeros del desierto pero llevaba descubierto en parte las piernas y los brazos; en lugar de tela gris, en el brazo izquierdo lucia braceras y hombreras de placas verde con negro; en el derecho, solo una muñequera de cuero café bordeadas de pelaje amarillo; en cuanto a las piernas, en cada una llevaba un anillo que rodeaba el muslo, el de la derecha, blanco con motivos verdes, y el de la izquierda, verde con motivos blancos. Mas nada de esto era tan impresionante como aquello que cargaba en la espalda: un artefacto largo como una lanza pero con una forma desconocida, metálico y delgado, gris, que siempre despedía vapor azul. Los Tarinenses le miraron naturalmente extrañados, pues aunque aquella también servia como estación de paso, jamás habían visto creatura parecida. Menos de arriero al mando de dos tortugas. El azul personaje permanecía con la cabeza gacha y el rostro cubierto por la capucha de su atuendo grisáceo. Avanzó sólo lo suficiente para estar propiamente dentro del poblado al paso de la avenida principal y entonces, soltó las riendas de las monturas para poder sentarse en acto seguido. Sus pies no estaban desnudos exceptuando los tobillos que si traía descubiertos de la tela que envolvía lo demás. Aun con eso, era notable que no tuvieran rastro de lodo o siquiera polvo resultado de la extraña lluvia de la noche anterior. Tampoco quemaduras consecuencia de andar en la ardiente arena por el día.
El forastero se quedó sentado allí como esperando ser visto por todos sin proferir palabra o sonido alguno.

—Oye tu ¿quieres un trago?—le preguntó un voz aguadientosa y torpe detrás de donde estaba.
Pero el extraño arriero ni siquiera giro para buscar al dueño de aquella voz. Continuó impasible en su lugar de asiento como si no hubiese escuchado voz alguna.
—Vamos amigo, toma un poco, bebe —insistió la voz que cargaba consigo un fuerte aliento a vino barato.
Una vez más el arriero se mostró reacio a cualquier reacción, ni aun la voz o el olor desagradable tan cerca de él consiguieron perturbarlo, sin embargo, esta vez el artefacto que cargaba en su espalda comenzaba a reaccionar en su lugar.
—¡Hey! Mira —pronunció agitando su casi vacía cantimplora en la cara del extraño— aun hay mucho para ambos ¿lo ves?¿eh? mira…
Entonces el ser azulado levantó el rostro y sus ojos fulminaron al desenfadado y desdeñado pueblerino con fama de mendigo pero además, de borrachín. Este se le había acercado sin temor o extrañeza alguna al arriero de tortugas ya que en el estado en que se encontraba, la extrañeza o el temor se desvanecían al son de cada nuevo trago. Él mismo sabía que al pasar de la garganta el vino, las cosas siempre se tornaban cada vez más extrañas. Los poderosos ojos violetas del arriero hablaron lo que sus palabras callaron… una presencia que ordenaba sumisión, respeto así como temor. Y aun con eso, el borrachín no dejo de agitar la cantimplora frente a su cara con un gesto de ánimo alcohólico. Sus ropas estaban sucias, rotas por donde se mirase, su olor no era menos desagradable, la cantimplora se miraba también escabrosa con manchas de derrames pasados de vino; cabello y dientes visiblemente sin asear quizá en años, o quizá jamás los había aseado.
—Toma, bebe, amigo.

Y arriero lo aceptó para beber de él.
Mas animado aun, el mendigo se inclinó un poco para quedar su cara a la altura de la del arriero que aunque bebía, continuaba capturando los ojos del borrachín con los suyos.

—¿Cuál es tu nombre, azulado? —preguntó al arriero sin siquiera dudar que aquella era una nueva alucinación suya —a mi me llaman Sladen, significa “el que traga arena” ¿ves esto?—sonrió al momento para mostrar su desagradable y amarilla dentadura, ya muy deteriorada por cierto— dicen que me trago la arena
Al instante el alcoholizado tipo soltó una serie de carcajadas producto de una burla a su propio sobrenombre. Al tiempo, el forastero dejo de beber, extendió el brazo en señal de devolver el envase a su original dueño.
—Y bien, azul ¿cuál es tu nombre?— insistió dando un ligero trago a la cantimplora.
Mas su invitado no contestó. En lugar de ello, se limitó sólo a negar con la cabeza continuando con su silencio impasible.
Empero, el artefacto en su espalda despedía aun más vapor cual si estuviese al punto de la ebullición.
—¿Con que sin nombre eh? mmm...— acariciándose la barbilla pensaba en un buen nombre para esa “su nueva” alucinación— creo que tengo el indicado, ¿qué tal “Anathar”? ¿Sabes lo que significa?
El tipo volvió a negar con la cabeza
—Significa “el que viene de Taren” ¿Qué tal eh? buen nombre ¿no es así?
Al momento, las facciones del arriero se contrajeron con una tensión que precede a la furia absoluta.
—¿Con que te gusta el nombre , eh?, a mi también. Es el nombre de una leyenda, la leyenda de este pueblo. —y volvió a empinar la cantimplora pero ya no logró extraer gota alguna de élla—oh! Esta vacío —riéndose de tal desgracia— el gran Anathar…un gigante del tamaño de varias casas juntas; fuerte como no hay nadie en el mundo, de aspecto temible y siempre furioso —entonces volvió a empinar la cantimplora para intentar esta vez tener éxito— mmm… creo que alguien debió terminarse su vino, eso enfurecería a cualquiera ¿no crees, azul?
Al decir esto, se dio media vuelta escudriñando la zona como en actitud de buscar una nueva cantimplora o el lugar donde llenar la propia. Con la mano derecha pegada a la sien, reproducía el acto de hacerse sombra, mas el cielo de aquel día aun poseía los tonos violetas de la noche anterior. El sol ni siquiera era visible esa tarde. Pero él todavía no se daba cuenta de ello, se mantenía concentrado en su tarea de búsqueda cual si nada mas existiera en el mundo.
Tan concentrado se hallaba, que no se dio cuenta que el extraño forastero se había puesto de pie, que se encontraba justo detrás suyo y que ya en las manos sujetaba lo que antes cargara en la espalda. El artefacto ya no parecía metálico sino que ahora, el vapor que le cubría lo pintaba como hecho de gas completamente.
—Creo que ahora recuerdo —afirmó el mendigo fijado su mirada en un punto donde según él, estaba el anhelado oasis del vino— ¿Sabes por qué Anathar siempre estaba furioso, azul?
El forastero no contesto
—Dicen que su propia sangre le traicionó, que lo enterraron en el desierto con la esperanza de que su cuerpo se secara con el sol y la aridez de la arena. La leyenda dice que un día se levantará para reclamar su venganza, pero antes de ello, debe recordar lo que las arenas del desierto le hicieron olvidar. —entonces comenzó a girar para dar frente a su interlocutor— gracioso ¿no crees, azul? Estar molesto por algo que no recuerdas —se carcajeo. Tan fuerte y tan despreocupadamente como quien por el vino ha perdido el sentido del miedo y la amenaza. Se carcajeo. Quizá la ultima carcajada de su malvivida vida.
Cuando el pordiosero del pueblo de Tarin, estuvo completamente de frente al enorme ser, aun la borrachera que de días pasados ya arrastrara y la sonrisa de instantes antes, fueron olvidadas en un segundo. Su tez se volvió pálida y sus ojos abiertos hasta más no poder tratando de abarcar todo lo que tenia delante. Inclusive dejó caer la cantimplora envuelto en la enorme impresión… quizá esa seria una alucinación suya, pero nunca había tenido alguna tan aterradora como aquella: el cuerpo del sobrecogedor forastero, todo él, emanaba con la misma intensidad que su artefacto, el raro vapor azul. Su cara se miraba llena de una ira que no podría ser menos que intimidante. Los ojos brillaban encendidos de ese violeta que antes sólo se veía a punto de estallar en poderío, su respiración era agitada y de su boca liberaba cantidades colosales de vapor azul en cada exhalación. Sus músculos estaban tensos a tal grado que podía mirarse el palpitar de lo que fuera que corriera debajo de esa piel de dureza casi metálica; se hallaba algo encorvado, con la mirada clavada en el mendigo mientras este aun no podía salir de su petrificación. Así entonces, el ahora amenazante forastero empuñó fuertemente su largo artefacto de la espalda a dos manos, mas este se fusionó con sus puños dejando algo que ya no parecía vapor sino el mismísimo tártaro azul envolviendo sus manos.
EL alcohólico se hizo encima del miedo al presenciar aquello. Quería gritar, correr, suplicar, arrodillarse… cerrar los ojos, pero aunque lo deseaba su cuerpo ya no le respondía, era demasiado tarde para él. A su verdugo sólo le bastó con extender su largo brazo derecho imbuido de ese calor sobrenatural hacia la cabeza del sentenciado. Al instante, todo ese estropeado cuerpo comenzó a evaporarse en un gas de tonalidades verdes, azules y vino. Consumido por más que el vapor, por ese ardor brutal, comenzó a gritar y a retorcerse en el suelo arenoso de Tarin. Su piel se fundía a cada instante producto del feroz calor llegando en un momento a ser un charco naranja negruzco cual épocas antes fuera su tez. Sus gritos así como la misma estampa de aquella escena, horrorizaron a todos los curiosos tarinenses que les habían observado desde el principio, sin embargo, en un instante los gritos del cruelmente evaporado mendigo fueron opacados por uno aún más fuerte e intenso
—¡ANATHAR!

Rugió fieramente él a viva voz, destruyendo todo lo frágil de Tarin y ahuyentando al par de tortugas que le acompañaban con simplemente el poder de ese grito. Los pueblerinos cayeron en el mismo estado que la primera desgraciada victima: petrificados totalmente por el miedo sin capacidad siquiera para parpadear.
Los gritos del mendigo habían cesado, mas ya no quedaba otra cosa que algunos rastros de vapor y el charco naranja negrusco que otrora fuera la piel del tarinense.
Enseguida, el gigante se agacho tocando con la mano izquierda el suelo regado con el líquido. Dicha sustancia reaccionó con el calor y comenzó a moverse frenéticamente evaporando también el suelo, tornándose así de un penetrante violeta. Una silueta se dibujó por este movimiento en el suelo, una silueta que liberaba el mismo vapor que el artefacto despedía. El líquido fue absorbido por la tierra y entonces, la silueta se torno blanca y claramente definida. Perecía estar incandescente a una manera que jamás se había visto en Tarin ni en ningún poblado cercano.
En aquel instante nadie tuvo la capacidad de decir algo, pero todos identificaron la silueta como la misma de la que el artefacto en la espalda del gigante, tuviera forma. Por esa razón y desde ese momento, a tal silueta se le conoció con el nombre de “el signo de Anathar”.
Tarin ahora conocía a su creador… a su dueño.

sábado, 22 de agosto de 2009

Capitulo 1: El signo de los ocho (Vet)

I
Vet

La leyenda contaba que en la noche del mundo, un ser de inmenso poder se había postrado frente a la gran luna naranja en medio de una tierra vacía con el deseo de crear la vida antes de que cayera el amanecer. La leyenda también narraba como él y siete creaturas igual de maravillosas, trabajaron esculpiendo y acomodando todo cuanto debía existir en el universo; la vida, los colores, el aire, el fuego, las estrellas e incluso, las bestias más horribles de las profundas cavernas. Ocho labrando prodigiosamente aquella tierra sin descanso, para al final, regresar al trono del que habían descendido y de esta manera contemplar su obra como lo que eran, los dioses del mundo.
Sin embargo, toda leyenda es más fantasía que realidad. Y dentro de esta leyenda, se había perdido ya una parte importante, quizá la más importante que los ocho dejaran como mensaje antes de marcharse: que volverían.
Vet, fue el primero. Su cuerpo yacía enterrado en el centro de un valle hermosísimo que él mismo había moldeado especialmente para ser su lugar de reposo. Le había bautizado en el principio de todo, con su propio nombre: valle Vet. Este lugar era la boca que formaban dos cadenas montañosas, las cuales, albergaban sendos volcanes en el centro de cada una de ellas; Vet había formado con su aliento estos dos volcanes para alumbrar la noche y poder admirar su obra aun cuando no hubiese luna llena.
Esta tierra en parte volcánica del valle era más fértil que cualquier otra en el mundo, allí, los árboles que adornaban las laderas eran enormes al igual que frondosos. De inmensa variedad de tipos también. Manaban de ellos frutos tan deliciosos y tan grandes, como los árboles en que florecían. La tierra era verde para donde se mirase, fresca a todas horas con un clima más bien templado gracias al cristalino río que fluía por el centro del valle. Flores de los más bellos colores engalanaban el lugar en todas las temporadas; rojas, azules, rosas, violetas, blancas. Campos enteros estaban llenos de ellas como extensas camas de reposo para gloriosos guerreros. Asimismo, una gran variedad de especies animales le daba al valle todo un vasto colorido entre plumas, escamas, pieles y pelambres. El viento que soplaba al atardecer siempre hacia recordar a sus habitantes que aquella, era una tierra fantástica; el olor de dichos campos los regocijaba a cada puesta del sol.
Y fue allí, justo allí, donde una creatura desconocida, enorme, fuerte, sobrecogedora, emergió quebrando el suelo y levantando las raíces de los grandes árboles que le rodeaban; su vigoroso ascenso sacudió la tierra misma causando un gran temblor que pudo sentirse en todos los rincones del mundo. En aquel momento, al sentirse esta creatura de nuevo viva y despierta, profirió un grito tan poderoso que, abrió el cielo alejando todo con sólo la fuerza de tal sonido; entonces al abrirse el cielo, pudo volver a contemplar el calido sol sobre su cara como antes de ese largo letargo… pero no estaba solo.
Al pasar de los amaneceres después de esa primer alba, muchas creaturas se añadieron llegando al valle para establecerse, una de ellas, los morps. Vet no recordaba haber creado a aquellas creaturas ni menos que estuvieran dentro de la creación que antes de su letargo, había quedado lista para tener vida. El más fuerte y visionario de los señores del mundo había levantadose en medio de la pequeña ciudad que estos seres edificaran en el centro del valle. Aquello era sin duda todo un suceso. Los morphs, creaturas de la mitad del tamaño de Vet y con tonos de piel desde el rosa al moreno oscuro así como cola, le miraron al igual de atónitos que asustados. Jamás se había visto una creatura de un color tan gris, robusta y del tamaño de los abetos medianos que crecían en la región, antes de aquel momento. Sus ojos eran de un dorado que infundían al mismo tiempo temor que encanto sin par; su semblante en aquel momento se mostraba furioso, mas incluso de aquella forma, podía notarse que ya estaba en el punto de rebasar la madurez. No tenia cabello pero su cabeza estaba coronada por dos cuernos ascendentes de tamaño mediano color vino y un par de orejas alargadas también. La creatura a los ojos de los morps era fascinante, empero, lo que impresionaba por sobretodo era esa gran armadura que le envolvía de la cual, sólo carecía de casco: pesada incluso a la vista, se trataba de placas de color negro con violeta en las puntas, que a pesar de estar enterradas debajo de la tierra húmeda, se mantenían brillantes cual acabadas de pulir. Aun inclusive de parecer muy pesada, no se trataba de piezas toscas sino de una fina hechura todas, algunas gruesas sí, pero sólo para darle mayor estética. Esta armadura en si misma ya hablaba de la fortaleza del señor del mundo.
En ambas manos portaba objetos igual de extraños que su altura y brillo de la armadura…
Aquellos que pululaban por el lugar se aterrorizaron por el poderoso grito de Vet así como su tremenda figura; algunos corrieron despavoridos al escucharlo, otros, huyeron al verle cual sobrecogedor era, pero los que transitaban justo debajo de su lugar de reposo en aquel momento, no tuvieron esa suerte… ellos habían sido algunos lanzados al aire bruscamente, mas hubo para su desgracia, quienes no cayeron tan lejos. El señor del mundo miró a los ojos entonces a quienes yacían tirados cerca de él, pero lo que vio no era precisamente aquella bienvenida que esperaba a su regreso: miedo.
No obstante, no profirió palabra alguna.
Al primer paso que dio, se apoyó en el extraño objeto que portaba en la mano izquierda: un lago bastón en forma de T del cual colgaba una insignia plasmada en tela. Los morps jamás habían visto cosa igual, mas nadie se atrevería a preguntar que podría ser.
Vet comenzó a andar de nuevo por el joven mundo.
A cada paso que daba el suelo resonaba con fuerza dejando enormes huellas tras de él. Mientras caminaba iba mirando con detalle cada cosa que se encontraba a su alrededor. Nadie se atrevía a ponerse en su camino, ni siquiera, a estar cerca de su ser. Sabia que el mundo se movería mientras el descasaba, pero ni aun él pudo predecir el curso de la obra que estaba mirando. Aquellas creaturas habían construido estructuras simples pero agradables; todas hechas de los materiales más primarios de la naturaleza: madera, paja y en algunos casos, piedra. Los olores que percibía eran una mezcla de estofados en el fuego, panes recién horneados, y la esencia de flores que recorría todo el valle. Vet sólo percibía con familiaridad este último, sin embargo, los colores de las nuevas cosas no le desagradaban. Dentro de su andar por el camino principal del poblado, se acercó a una ventana con curiosidad para tocar aquello que manaba un delicioso olor; la morp que se hallaba mirándolo desde esa ventana con asombro, huyó de la casa al sólo verlo acercase. Huyó gritando y esto a Vet le estremeció… no entendía su lenguaje, mas la reacción hablaba por si misma. Incluso entonces, no profirió palabra alguna.
Continuó con su objetivo primero y tomó la pequeña charola que se encontraba al borde de la ventana; sus textura era suave y su olor harto agradable. Vet no sabia si aquello era comestible, sin embargo, un impulso natural le obligó a probarlo. Era delicioso. La textura era suave al igual que caliente, su sabor dulce sin ser empalagoso. Un total agasajo al gusto.
Aquella experiencia animo al renovado señor. Continuó recorriendo el poblado conociendo y tocando cada cosa que le era nueva. En momentos delicadamente, en otros, no conocía la fragilidad de las cosas y no fueron pocas las veces en que destruía el trabajo de los morps.
Al mediodía, Vet ya había terminado su recorrido por el poblado morp. Levantó entonces su extraño bastón y habló así con su poderosa voz:

—Escuchadme todas, creaturas que habitan este mi valle; Yo soy Vet, señor y creador de este lugar así como de mucho de lo que hay alrededor de él. Mis hermanos y yo les dimos vida a ustedes al igual que a un mundo que encontramos desolado. A este mundo que hoy habitan. He despertado hoy para disfrutar de esa obra, mas al contemplar lo que ustedes han hecho con ella… he quedado crecidamente complacido. Que sea entonces este el día en que la historia comience a escribirse; el día en que mis hermanos regresen para admirar lo magnifico de nuestra obra. Y declaro así que cuando ellos despierten, sepan que esta será mi tierra —dijo mientras con brutal fuerza clavaba el bastón en el suelo— y que habrá de ser conocida desde este momento, como la magnifica Vey.

El silencio después de tal arenga fue sepulcral.
Los morps no entendieron nada de lo que Vet había dicho, pero la voz aun resonaba con fuerza en sus oídos. Y aunque nadie sabía a ciencia cierta lo que aquella gran creatura dijera, el símbolo que se dibujó en el suelo al ser enterrado el bastón, les anunció a los morps que la venida de ese enorme ser sin duda cambiaría totalmente su mundo. Tal símbolo era tan enorme, o quizá más, que el propio Vet; brillaba en carmesí cual si se tratase de hierro al rojo vivo en medio de la tierra café verdosa.
Proclamado esto, Vet continuó su andanza por el mundo dejando en lo que ahora se conocería como Vey, su reliquia clavada con el símbolo aun brillando.
La tarde y la noche de aquel día vieron el paso de Vet por su creación. Recorrió con paciencia cada lugar así como cada clima. Saboreó la dulce agua de los manantiales en Cea; palpó la textura de la arena en Pander, y de los árboles algodonados de Poripua; sintió el calor de las termas balgarianas al igual que el frío de la nieve en Grigoroth; escuchó los trinos de cada ave así como el bramido de cada bestia enfurecida. Ningún detalle de lo que existía en el mundo parecía quedar fuera de su escrutinio.
Aun sin satisfacer el deseo de conocimiento, el señor tuvo que regresar a Vey al fin de volver a contemplar allí aquella luna naranja testigo de toda proeza que en este mundo había logrado.
Pero en Vey, seguían sin recibirlo con alegría.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Valle Vey: Prólogo

Prólogo

Cuando ellos llegaron, el mundo tuvo miedo.
Eran ocho y habían aparecido uno tras otro al amanecer de cada nuevo día. Todos en lugares diferentes. Todos armados y personificados en maneras que rebasaban los relatos que de ellos se contaban. Con atuendos de formas y colores como jamás se había visto, diseños que iban de los sutil a lo inverosímil: poderosas armaduras, enormes a la hechura de metal al igual que frágiles del bordado en tela; armas de gran empuñadura, pesadas a la simple vista o tan ligeras que parecían fundirse con el viento; pero asimismo venían acompañados de objetos tan raros como ellos mismos. Reliquias que resplandecían cual imbuidas de luz divina o que desprendían la profunda esencia de lo obscuro… ocho grandes señores. Siete de ellos fueron vistos al octavo día, pero al último, sólo se le vio cuando el tiempo comenzó a correr…
Sin embargo no eran extraños, el universo había nacido con ellos. Fundadores de todo cuanto existía, las viejas historias describían a estos ocho seres como los creadores del mundo. Antes de su primera llegada nada tenia vida, nada tenia forma; todo era un inmenso pantano inmundo de una mitad, y un gran desierto de la otra. Así entonces, el más fuerte de entre todos, quiso construir en esa desolación un paisaje donde todo tuviese formas, colores y movimiento. Los demás le siguieron, le apoyaron. Separaron las aguas malas del pantano y regaron el desierto. Formaron con su fuerza al igual que habilidades, ríos, montañas y el cielo. Moldearon la piedra para dar forma a los valles, las cuencas, las cuevas, volcanes, cascadas, cordilleras y todo diseño posible en la tierra; en el agua nueva, arrecifes inmensos, modestos estanques, exóticos humedales, y hasta imponentes glaciares; del arena del desierto llenaron los bordes de la tierra con el mar pero además, dibujaron con toda aquella que aun existía los mas caprichosos diseños a los que llamaron “dunas”. Así entonces, una vez moldeado el mundo procedieron a sembrar la vida en él, al costo de parte de la suya. Dieron de esta manera formas tan variadas a cuanto crearon, como diversas son ocho imaginaciones: tamaño, peso, altura, porte, finura… fantasía pura.
El mundo parecía una obra maravillosa esperando la primer alba para despertar… sin embargo sus creadores ya no verían este primer amanecer. Su existencia estaba ya menguada resultado de todo cuanto crearon, pero sabían que el precio era justo. Descansarían. Quizá ya no volverían a ser los mismos mas, lo verdaderamente cierto era que en algún momento regresarían a disfrutar de su obra viva…
Cuando se retiraron a descansar, el mayor, el más fuerte, miró hacia atrás; miró orgulloso su obra prometiendo con una sonrisa, que volvería. Se retiraron juntos pero cada uno partió a un lugar distinto, único.
La primer alba llegó entonces al mundo joven. Se hizo el movimiento, las formas cobraron vida y los colores revolotearon en un lugar fértil. Las primeras creaturas en despertar se arrastraron, las que le siguieron nadaron, otras se balancearon y así sucesivamente hasta aquellas que estaban destinadas a alzar el vuelo. Pero existían algunas que estaban dotadas de memoria así como de conciencia. Estas, contaron lo que sus creadores les habían dejado dentro del recuerdo legando a las generaciones la historia maravillosa de su creación. Empero, esta misma historia fue convirtiéndose en leyenda con el paso de cada nuevo relator. Dichas creaturas dotadas de inteligencia escogieron también lugares donde formar hogar; cada ser, grande o diminuto hizo lo mismo, tomó su lugar en la nueva creación: los antheros en el agua, nimidos en el cielo, fraz en la tierra calida, nords en la helada… y así consecutivamente cada especie halló un hogar placentero donde asentarse.
Pronto construyeron grupos, luego tribus y algunos, civilizaciones. Construyeron ciudades de todos tamaños así como de diversos esplendores.
L a creación de los ocho tenía al fin un orden. Las formas y los colores moviéndose al ritmo del todo; construyendo el paisaje propio de los sueños que arrebataron lo mejor de sus fundadores.
El escenario ahora estaba listo.